POLVO
Buscaba entre sus recuerdos llenos de polvo,
añejos del tiempo pasado, algo que le hubiera pertenecido, una carta, un poema,
una foto; habían pasado demasiados años, tantos que había perdido la cuenta; de
esa vez que lo conoció y supo que había sido la primera y última vez que el
amor llegaba a su vida. Recordar…recordar… cómo habían sido sus ojos, su voz,
su boca, su cuerpo que la había colmado de caricias, de mimos; de la primera
vez que le hizo el amor; era inútil, el tiempo, verdugo implacable lo había
borrado todo. Entonces odió su recuerdo, odió haberlo conocido, haberlo amado,
de repente quería convertir ese amor que sentía todavía, en un odio asesino
para matar cada hora que le fue robada sin él y así sería menos lacerante el
dolor.
Miró sus manos de dedos largos, la vejez comenzaba a asomarse, a hacer estragos, aparecían arrugas de tristeza, de desamor, de cansancio, de rutina y aburrimiento, también en su cara, en toda su piel vio la marchitez y lloró… con un gemido desconsolado y callado, íntimo, hacia adentro, hacia sus entrañas; lloró la impotencia de no poder gritar, de no poder golpear al tiempo, a la vida que le quitó lo único que había amado. Quería culpar a alguien de su destino, de lo que perdió, pero ¿a quién?
Sentada en su cama siguió mirando el vacío de su pieza, de su cama sin hacer todavía, de las paredes sin cuadros; un crucifijo colgado solamente dándole el consuelo en su soledad… seguía buscando algo de él; quizá sus fotos las había guardado en otra parte, pero era una eternidad la que se lo había llevado, ¿hacia dónde?. Lo único que podía hacer era juntar los retazos de su nostalgia, de su memoria, rescatarlos del olvido, pero ¿como lo haría? Ya no tenía capacidad para soñar, para qué inventar ilusiones se dijo, tonterías de juventud, mentiras que el alma crea para sobrevivir un poco más.
De la nada seguía buscando algo, algo que hubiera quedado, una flor seca, un recorte, una servilletita con su letra, un pañuelito, un cassette de música, cualquier cosa; sus cajas solo contenían humedad, olor a soledad, a rancio, a viejo, seguía hurgando con rabia, ni sabía que podía buscar; solo encontraba la suciedad atesorando sus memorias; se maldijo a sí misma, maldijo su amor estúpido de solitaria amargada. Para maldecir le sobraban ganas, desquitarse, despojarse de ese amor-odio que la desbordaba.
De repente supo que no tenía nada, su propio corazón y sus manos lo habían destruido todo, las fotos, un poema que él le había dedicado, todo, todo… lo rompió el mismo día que se fue, quería los añicos, los pedacitos de su felicidad muerta para que no quedara nada, para olvidarlo como él a ella; todo eran cenizas hacía treinta años, ¡¡¡treinta años!!! AHORA SE ACORDABA; de la tumba del pasado revivieron esos recuerdos, qué estúpida había sido, sus años mejores se habían ido esperándolo, preguntándose donde estaría; volcó su rabia más adentro hacia ella para golpearse, para castigarse.
No tuvo lágrimas esta vez… no valía la pena, se rindió nuevamente a su dolor, cerró su diario, guardó todo nuevamente así como estaba, con las mismas telarañas, no quiso evocarlo más y enterró sus cajas en el último rincón del armario, luego apagó su alma anegada de melancolía, se quedó mirando otra vez hacia el vacío y sus manos cubiertas de polvo….
Miró sus manos de dedos largos, la vejez comenzaba a asomarse, a hacer estragos, aparecían arrugas de tristeza, de desamor, de cansancio, de rutina y aburrimiento, también en su cara, en toda su piel vio la marchitez y lloró… con un gemido desconsolado y callado, íntimo, hacia adentro, hacia sus entrañas; lloró la impotencia de no poder gritar, de no poder golpear al tiempo, a la vida que le quitó lo único que había amado. Quería culpar a alguien de su destino, de lo que perdió, pero ¿a quién?
Sentada en su cama siguió mirando el vacío de su pieza, de su cama sin hacer todavía, de las paredes sin cuadros; un crucifijo colgado solamente dándole el consuelo en su soledad… seguía buscando algo de él; quizá sus fotos las había guardado en otra parte, pero era una eternidad la que se lo había llevado, ¿hacia dónde?. Lo único que podía hacer era juntar los retazos de su nostalgia, de su memoria, rescatarlos del olvido, pero ¿como lo haría? Ya no tenía capacidad para soñar, para qué inventar ilusiones se dijo, tonterías de juventud, mentiras que el alma crea para sobrevivir un poco más.
De la nada seguía buscando algo, algo que hubiera quedado, una flor seca, un recorte, una servilletita con su letra, un pañuelito, un cassette de música, cualquier cosa; sus cajas solo contenían humedad, olor a soledad, a rancio, a viejo, seguía hurgando con rabia, ni sabía que podía buscar; solo encontraba la suciedad atesorando sus memorias; se maldijo a sí misma, maldijo su amor estúpido de solitaria amargada. Para maldecir le sobraban ganas, desquitarse, despojarse de ese amor-odio que la desbordaba.
De repente supo que no tenía nada, su propio corazón y sus manos lo habían destruido todo, las fotos, un poema que él le había dedicado, todo, todo… lo rompió el mismo día que se fue, quería los añicos, los pedacitos de su felicidad muerta para que no quedara nada, para olvidarlo como él a ella; todo eran cenizas hacía treinta años, ¡¡¡treinta años!!! AHORA SE ACORDABA; de la tumba del pasado revivieron esos recuerdos, qué estúpida había sido, sus años mejores se habían ido esperándolo, preguntándose donde estaría; volcó su rabia más adentro hacia ella para golpearse, para castigarse.
No tuvo lágrimas esta vez… no valía la pena, se rindió nuevamente a su dolor, cerró su diario, guardó todo nuevamente así como estaba, con las mismas telarañas, no quiso evocarlo más y enterró sus cajas en el último rincón del armario, luego apagó su alma anegada de melancolía, se quedó mirando otra vez hacia el vacío y sus manos cubiertas de polvo….
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