GERARDO
Cuántos años me acompañaste sin vos saberlo, toda una vida fuiste mi compañero, mi recuerdo, mi ilusión escondida, el amor puro e inmaculado que vivió en mi corazón. Fuiste la primera vez de un sueño; en la escuela te veía desde lejos, esperaba impaciente el recreo para poder encontrarte en el patio, haciéndole bromas a las chicas, e incluso a mí; yo era tan flaquita, pecosa, insignificante, mis piernas eran como palitos, y de allí me bautizaste con ese apodo que me daban ganas de llorar amargamente; cuando me veías tratando de pasar aún más desapercibida, oía tu grito “¡Olivia!” por ese personaje, quería correr, quería estrangularte, e incluso algún “tarado” se me escapaba, a veces cuando regresaba de la salida de clases, con mis compañeras, también sentía que venías detrás con tus amigos, y volvía a oír tu burla hacia mí. Bueno, al menos no me ignorabas. De alguna forma existía para vos.
De mí no sabías nada, ni como me llamaba, ni cuántos años tenía, ni donde vivía, en cambio de vos yo sí, sabía tu nombre y apellido, donde vivías, preguntaba por vos a quien te conociera, por tu vida, lo que hacías, lo que no hacías, si tenías novia, todo para sentirte unido a mí; sé que eras un buen estudiante, un “tragalibros”, no una vaga como yo, que solo vivía pensando en vos; y esa manía que tenías de “quemar” a las chicas en el cole, si lo habré sabido yo…pero en mi cuarto estaba mi mundo, callado, retraído, privado, solo para nosotros dos; que me importaba llevarme unas materias, yo solo quería estar con vos, con esa ilusión de ser tu novia algún día. Mis primeros poemas fueron en tu honor, por esa quimera que me sembraste, no eran pocos y lamento no haberlos conservado; hasta una foto tuya tenía y se la mostraba a mis amigas, las tenía hartas, luego todo el tiempo se lo llevó, con los viajes, con las mudanzas.
No sé porque nunca me atreví a acercarme a hablarte, a decirte algo, te veía venir y me daba terror, escapaba a donde fuera, temerosa de oír ese apodo que me hacía sentir humillada, rechazada; no te imaginabas que mi corazón latía al galope cuando te divisaba, cuando te nombraba, ¡que rabia haber sido tan tímida!, no pude aprender a ser una descarada, a coquetearte; como aquella vez cuando te encontré en el boliche Kalahari, yo sentada tomándome un jugo de durazno (que boba) con las piernas cruzadas, esperando que alguien me sacara a bailar, "planchando" como se decía antes y vos parado adelante mío, sin querer te tambaleaste, te hiciste hacia atrás, chocando con mi zapato, te diste vuelta para ver con quien te habías tropezado, y me viste… por primera vez me miraste seriamente y de tus labios salió un “hola”, ¿será que habías reconocido a tu Olivia? El terror como siempre se adueñó de mí, o la sorpresa de oír tu saludo, no lo sé, solo sé que callé, que el miedo me paralizó y no me atreví a responderte; habré pasado por maleducada, total, la misma estúpida de siempre, que por timidez se dejó vencer ¿Qué habría sucedido entonces si te hubiera respondido? Tenía dieciséis o diecisiete, vos unos veinte, la vida no nos dio oportunidad de averiguarlo.
Tiempo después supe que te fuiste del pueblo a vivir a otra parte, entraste en la milicia, el río Luján te llevó lejos, lejos de mí, creo que volví a divisarte una vez en el terminal de colectivos, fue la última vez…pero mi corazón latió en cuanto te vio, en mi estómago volaron las maripositas de la ilusión, del amor ¿Sabés cuántas veces me imaginé un beso tuyo? Cuántas películas me hice soñándote, llevándome en tus brazos, bailando apretados; solo te quedaste viviendo en mis sueños. Cuando supe que te fuiste una parte mí se fue con vos, quizá no una parte sino lo mejor de mí, la inocencia, la candidez, esa pureza del amor platónico que solo conocí a tu lado. Después no te volví a ver, me fui del país, te borró el tiempo y la distancia de mi vida, pero no de mi recuerdo, allí te eternizaste, de ahí no te arrancó nadie.
La vida es cruel, cínica... Hace poco tuve la sorpresa de encontrar tu foto en internet, en esas páginas de ahora, donde todos se conectan y poco se dicen, la milagrosa cibernética te regresó después de un vendaval de años, te vi abrazado a una chica; sé que eras vos, aunque no el de antes claro, te reconocí por tu pelo peinado hacia atrás, tenías lentes de sol y una larga barba, ¡que lejos había quedado mi chico!, mi Romeo platónico de mis trece hasta los diecisiete años, me hiciste retroceder hasta mi adolescencia, hasta esos días de escuela, creí escuchar que me gritabas “¡Olivia!” y otra vez me dieron ganas de salir corriendo. Guardé tu foto para tenerte conmigo hasta que el tiempo quiera, para enseñársela a mi soledad nada más, te juro que cuando te miro mi corazón da esos saltitos, esos latidos que solo mi Gerardo supo arrancar, porque ahí sigues viviendo con tu cara de niño, en este corazón viejo y arrugado que nadie de verdad amó, este corazón que todavía puede lagrimear por ese muchacho que nunca alcanzó a conquistar.
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