AMARGAS HORAS - CAPITULO I


4 de julio de 2002

-Lucy tengo que terminar de hacer trabajo en la computadora; estaré en mi estudio, no me pase ninguna llamada, ah y por favor, lleve a la bebé  al parque, para que se entretenga un poco, pero por favor, con cuidado sí? Que no se lleve cosas a la boca, usted ya sabe, en una horita las quiero de regreso. – Quien hablaba así era Chantal Bouvier, una joven madre soltera de veintisiete años, escritora,  una mujer completa, independiente; había vivido una relación con Max Brighton, cuando se quedó embarazada él la dejó. Nunca se preocupó por la niña, ni siquiera quiso ir a conocerla. A Chantal no le importó. Deborah era su vida, era de ella, no necesitaba un padre como Max, un irresponsable, una basura que recogió por esas calles de Dios. Vivía en un apartamento en el quinto piso en una zona un poco alejada de la ciudad de Miami, en Estados Unidos. Su madre la iba a visitar dos veces por semana para ver a su nieta.

-Sí señora Chantal, enseguida volvemos. Vamos nenita, dale un  besito a mamá y nos vamos a jugar.

-A ver mi chiquitina, un besito a mamá, te amo cariño, qué hermosa eres!. Pórtate bien, sí? Hazle caso a nani Lucy, anda, mi nena, diviértete.

Deborah salió dando pasitos ligeros con el cuerpecito de sus dos años, -¡Adiós mami! Y desde la puerta se despidió con su manita. Chantal se la quedó mirando mientras se iba hacia el ascensor, allá iba su vida entera, por ella es que la vida tenía sentido y tenía esas enormes ilusiones de seguir luchando, de buscar un futuro mejor para las dos.

Volvió a su laptop, la esperaba un intenso trabajo esa mañana, terminar la nueva novela, hablar con Henry Gordon, su editor, que ya la estaba presionando mucho para las entregas de las copias. Después tenía que llamar…. revisó su agenda electrónica, no le alcanzaría el día para tantos compromisos; qué diablos! fue a la cocina a prepararse un café, y le diría a Lucy que preparara una sopita para su bebé; dio una mirada a su apartamento, todo en su lugar, salvo los juguetes de Deborah que estaban regados por la cocina, por el cuarto de planchar; después que entregara a la editorial su trabajo se tomaría unas pequeñas vacaciones con su niña y con Lucy, tal vez a Miami, para llevar a Debbie a Disneyworld, o a cualquier punto del mapa, la cuestión era poder disfrutar y alejarse un poco de ese estrés que la envolvía con los gritos del editor, el ruido de la ciudad, ver un poco de sol, respirar aire puro, Verona era una ciudad chica, pero con mucho tráfico, los últimos años se había incrementado la superpoblación, y por ende el desempleo, el tráfico, la delincuencia y otros problemas. Así y todo era un lugar donde había echado raíces, tenía algunas amigas, y sobre todo contaba con Lucy, una mujer filipina, que adoraba a Debbie, y podía confiar en ella a ojos cerrados.  Miró su reloj, las cuatro y media, aún faltaba una media hora para que regresaran, decidió darse un baño. Llenó la tina y se sumergió plácidamente, nada mejor que un baño relajante para continuar el día. Daban ganas de quedarse allí toda la vida, sintiendo en su cuerpo desnudo el agua tibia, cerró los ojos, se quedó dormida….

Cuando despertó se vio aún en la bañera, qué locura, ¿cuánto tiempo había pasado? Se levantó aprisa, se envolvió en la toalla, vio su reloj, las seis, las seis!!! El apartamento estaba solo, no habían llegado. Le daría un regaño a Lucy, había empezado a ocultarse el sol, se sintió realmente molesta. Era la primera vez que la nana le fallaba, muy raro en ella. Algo las había entretenido. Se vistió rápidamente con una blusa larga y un jean, las zapatillas, y salió apresuradamente. Se paró en la puerta del edificio viendo de un lado a otro por si las veía venir. Nada. Ni señales. Se preocupó. Cuando viera a Lucy le pediría una buena razón por su comportamiento. Iría al parque, ya no podía seguir esperando de pie, la angustia la consumía, no tenía idea que podía ocurrir, ya estaba anocheciendo, no, esto estaba mal. ¿Habría sucedido algún accidente? Rogó al cielo porque la bebé estuviera bien.  Llegó al parque Lincoln, muy iluminado con sus faros coloniales, el parque cerraba a las ocho p.m.; aún había gente, mamás con sus niños, en los columpios, en el tobogán, se dirigió al sitio donde iban siempre Lucy y Debbie; de repente se quedó paralizada en la arena, vio un grupo que rodeaba a una mujer, dos policías, fue acercándose más… no podía creer lo que miraban sus ojos, la mujer sentada en el banco, consumida en lágrimas, era Lucy, la niña no estaba con ella. No, no quiso imaginarse lo que estaba pensando.

–Lucy… Lucy… Lucy!!!!!!! Cuando la mujer la vio, se sacudió en convulsiones, llorando y gritando enloquecidamente. –Lucy, que tienes?!!! Dónde está Debbie? Dónde está mi hija? Contéstame!!!! Dónde está mi bebé!!!!

-Ayyyy, ayyyyy, se-ño-ra a la niña! se la…. se la…. lle-va-rooon – apenas podía articular palabra la mujer; Chantal no entendía, ¿de qué hablaba esa mujer? ¿Cómo que se la llevaron? ¿Quién? ¿Adónde? - ¿Qué quieres decir por el amor de Dios? ¿Cómo que se la llevaron?  -Sin saber qué hacía, le dio una bofetada a la filipina, que gritaba descontrolada, histérica - ¡¡¡Contéstameeee!!!

-Yo estaba…. cccolumpiando a la bebé…. y no sé có-mo alguien me empujó…. ca-í al sue…elo y el hombre se llevó a Debbie.

-No! No! No! Nooooooo! Eso no puede ser!!! dime que no es cierto!!! Dios mío!!! Mi bebita, mi angelito, cómo dejaste que se la llevaran!!!! Cómo dejaste por Dios santo!!!!. Chantal entró en estado de schock, lloraba, pateaba, se fue dejando caer en la grama, sacudiendo su cabeza, gritando, como un animal herido. Ya su llanto no era humano. Eran como a aullidos. El cielo fue volviendo negro. Chantal se sumió en un mundo de sombras…

El detective Morán, un portorriqueño de cincuenta y dos años se fue acercando a las dos mujeres desconsoladas. Esa escena la había visto una y mil veces, aunque para él cada caso era distinto; cada familia vivía el mismo dolor de ver arrancados a sus hijos de sus manos; pero el detective vivía a flor de piel el drama de cada uno de ellos; a pesar de sus veintitantos años de carrera seguía siendo un ser humano; trataba de brindar el máximo apoyo a esos padres destrozados; también sabía que no todos los casos llegaban a feliz término. Esa tarde comenzaría otra vez una investigación, testigos, preguntas, buscar hasta debajo de las piedras a cualquier sospechoso. Un secuestro de niños podía encerrar en el fondo muchos motivos, corrupción de menores, matrimonios que no pueden tener hijos, tráfico de órganos. Tendría que empezar, pero por dónde? Se fue acercando más, no era tiempo de llorar, era tiempo de mirar las cosas lo más objetivamente posible, después, en el peor de los casos, quedaría suficientemente tiempo parar llorar.

-Sra. Chantal Bouvier? Lamento tener que molestarla, soy el detective Paul Morán, del departamento de Homicidios de la Federal Central Investigation. Sé que es el peor momento para hablar, pero cuánto más comencemos a averiguar sobre el secuestro de su hija, mejor será. Cada hora, cada día que pase, será más difícil encontrar al o a los culpables.
-Gracias detective, agente, comisario, no sé cómo debo llamarlo….- Balbuceaba Chantal entre lágrimas.

-Paul… simplemente Paul… -miró a la mujer que tenía enfrente, tenía una belleza extremadamente dulce, unos ojos grises profundos, le gustó. Algo en ella lo cautivó desde el primer momento.

-Mejor será dirigirnos a la Central, allí podremos hablar más tranquilamente, con la señora Lucy por supuesto.

Una hora más tarde los detectives le mostraban a la filipina una carpeta con muchas fotos, para que reconociera algún sospechoso.

-Chantal, deberemos empezar a buscar pistas, por ahora no hay ninguna. Su empleada no pudo reconocer bien al hombre. Llevaba una capucha, al parecer era de tipo latino. Usted deberá hacerme una lista de todas sus amistades y también de gente que usted considere enemigos o pocos amigos. De las relaciones que usted ha tenido. Como por ejemplo el padre de Debbie. Vive con usted?

-Soy madre soltera, el  padre me abandonó estando embarazada. Nunca lo volví a ver, ni el me buscó, ni siquiera sabe si tuve niña o niño.

-De todas formas hay que investigarlo, no se nos puede escapar nada, absolutamente nada. Ahora quiero que vaya a su casa, que descanse un poco, trate de dormir un poco.

-No, Paul, nunca más podré dormir. Cómo podré dormir sin saber dónde tienen a mi hijita? Iré a casa sí, pero le ruego que me tenga informada, cualquier novedad, sea mala o buena, le suplico que me llame.

-Lo sé, yo la tendré al tanto, trate de no estar sola, que algún familiar la acompañe, usted no puede estar sola. En todo caso, pasaré por su casa más tarde, si no tiene problema para saber cómo está.

-Gracias Paul, pase cuando quiera.

Paul no quiso decirle, pero él sabía que ese podría ser el primer eterno día de sus amargas horas, sabía que como con las otras familias, él pasaría a ser parte de su vida; se despidió de ella apretando suavemente su delicada mano. Cuando Chantal se fue, se sentó nuevamente mirando la foto de Debbie. Pobre criatura. Dios te proteja y te deje volver sana y salva a los brazos de tu madre.

Morán era un tipo de esos feos atractivos, de piel morena, ojos penetrantes, de bigotes, pelo algo ensortijado; con su metro ochenta parecía querer derribar a todo quien se le pusiese por delante, de caminar lento, seguro, aplomado. Descendientes de portorriqueños, era un divorciado muy codiciado, aunque él no era muy enamoradizo, su tiempo y trabajo no se lo permitían; pero la más de las veces alguna mujer aterrizaba en su cama, pero nunca mujeres-policía, les estaba prohibido por el departamento; tampoco le gustaban las prostitutas, aunque muchas de ellas colaboradoras en los casos de tráfico de drogas y prostitución, ni pensar en tener algo con ninguna. No tenía relación estable pero le gustaba dormirse con una mujer suave, que le diera amor o cariño o amistad por lo menos. Una prostituta no daba ninguna de esas cosas. Sólo extendía la mano para recibir su pago. Una mujer como Chantal si hubiera querido tenerla en su cama, pero Chantal no era cualquier mujer, era muy sensitiva, y además se veía en sus ojos una sombra de desconfianza y de rencor cuando hablaba de ese tema. Sabía que el tipo ese le había causado mucho daño.

-Reyes no me digas que no me tienes buenas noticias – su compañero Reyes venia entrando con cara de cansancio. –Dime algo que me alegre el día. ¿Interrogaste a más testigos?

-Una niñera vio un tipo que corría como loco con una niña, los vio alejarse en una Van negra.

-Una van negra, vaya! Con algo podremos comenzar, una Van negra será una aguja en un pajar en esta ciudad, puede ser robada, pueden haberse ido a otro estado, lo más probable. Pues ni modo, a moverse, a buscar todas las Van negras registradas en este maldito lugar. Averíguame todos los registros en hospitales, clínicas, médicos; habla con tus soplones, Reyes, a ver si me ayudas un poco. Ya ha pasado más de una semana y estamos como empezamos. Sin nada!!! Maldición! Hay que encontrar a esa niña.

-Jefe, tú sabes còmo son todos los casos, no podemos tomarlo como algo personal.

-¿Qué quieres decir? ¿Y quéeee si me lo tomo como algo personal? No tienes hijos, sobrinos o qué? ¿Crees que en estos crímenes de niños secuestrados o violados, no me los tomo como algo personal? Lo que pasa es que estoy cansado de esta basura que nos rodea todos los días. De esos inocentes arrancados de sus familias. Déjame en paz!!!

-Tienes que tranquilizarte Morand. Lo más probable….

-Lo más probable qué! No vengas a inyectarme tu asqueroso pesimismo. ¡Vete al diablo! ¡Y vete a trabajar, te quiero de regreso con respuestas, con testigos, con lo que se te dé la gana!

Y así fueron pasando los meses, el caso estaba en cero, la presión de arriba era insoportable. Lo peor de todo era que no sabía cómo mirar a la madre; sólo tenían un portarretrato no demasiado fiel del secuestrador, de tipo latino, no tenía ningún rasgo en particular, salvo la nariz que era achatada, como los boxeadores. Fuera de eso nada más. El testimonio de Lucy era muy vago, la sorprendió por atrás, la derribó, ella solo pudo ver que era tenía una capucha gris, y casi no pudo verle el rostro. Agarró a la niña y desapareció.

Reyes averiguó que la Van estaba a nombre de un tal Miguel Laport. Cuando lo llamaron a testificar no tenía gran cosa para decir; era dueño de una lavandería, y muchos usaban esa camioneta. Dio una lista de los últimos empleados en usarla: Benito López, Roberto Lorenzo, Pablo Iglesias, y tres latinos más que estaban indocumentados. Los tres primeros tenían coartada, los otros tres aún no estaban identificados.

Esa noche Chantal pasaría otro día más sola, acostada, viendo moverse las agujas del reloj; su laptop estaba ahí apagada, casi no la abría. –Debbie mi niña, dónde estás? Si pudiera escucharte, sin ti no quiero vivir, ¿te estarán cuidando? ¿Tendrás frío, hambre? ¿qué te darán de comer? Ayyyy! Quiero a mi bebé, quiero que me la devuelvan!

-Paul, pudiera ser que tuviéramos algún indicio, es una pista muy superficial, localizamos a uno de los indocumentados, un tal Jonathan Ruiz, dominicano, en este momento lo tenemos en la sala de interrogatorios. Está muy reacio a hablar, pero así sea a patadas le sacaré la información – le habló Reyes desde el intercomunicador.

-Bien, voy para allá, entretenlo, pero no uses la violencia, no sea cosa que nos denuncie por abuso policial. –Morand se levantó para ponerse la chaqueta, colgó y salió como un rayo.

Sala de Interrogatorios

Un hombre entre cuarenta y cuarenta y cinco años trataba de responder al chaparrón de preguntas al que era sometido por Reyes  y Morán. Por momentos inclinaba la cabeza, en su frente asomaban perlitas de sudor, indudablemente estaba nervioso, algo que a los policías no se les podía escapar, conocían cada gesto, cada movimiento del cuerpo que delataban a los sospechosos cuando mentían o cuando decían la verdad.

-A ver, comencemos otra vez y no mientas, ni trates de ocultar nada porque estos ojos ya han visto demasiado, no te pases de vivo; mira que esta mañana no es la mejor que he tenido, así que no me pruebes la paciencia. Chico listo, responde entonces, que es lo que sabes, dilo ya. ¿Qué estabas haciendo el día cuatro de julio entre las diez y once de la mañana?

-Estaba trabajando, hago trabajos de plomería, electricidad, usted sabe.

-¿Entonces que pasó?, hombre! ¿tendremos que sacarte las palabras con cucharón o a puñetazos?

-Me llamó un amigo para decirme que tenía un trabajo bueno para ofrecerme, que nos darían mucha lana.

-Ajá, ¿quién era ese amigo? ¿qué trabajo era?

-Solo que teníamos recoger una camioneta abandonada, llevarla hasta un terreno baldío e incendiarla.

-Interesante, vamos, que más, nombres, lugares, qué estás esperando.

-Le daré el nombre de mi amigo, pero eso sí con la condición de que se me de protección policial.

-¿Estás oyendo Reyes? Protección policial. Oyeme guapetón, confórmate con que no te den cadena perpetua si esa niña no aparece sana y salva.

El dominicano no le quedó más remedio que declarar y decir un nombre: -Peter Henríquez, es dominicano como yo, masculló el nombre entre dientes.

-Reyes, apuntaste el nombre? Busca si tiene expediente, foto. A éste me lo mantienes aquí por ahora. Tampoco quiero que me lo vayan a eliminar. Dios! espero que esto sea la punta del ovillo.

En una vieja caseta sucia y abandonada encontraron cuatro horas más tarde al tal Peter Henríquez, ofreció resistencia al principio pero se lo llevaron esposado. Al encararlo se mostraba más reacio que su compañero.

-Sólo queremos saber de quién era la camioneta, a quién se la robaste?.

-Voy a hablar nada más que en presencia de mi abogado. – declaró el reo.

-jajajaja, ah ¿es decir que tienes abogado para que te saque de aquí?

-No, pero yo sé que la ley me da el derecho de tener uno

-Miren pues, al leguleyo, cómo sabe defenderse. –Morand le dio una palmada tan fuerte en la espalda, que el detenido tosió fuertemente-

-Pues mientras llega tu abogado defensor, si es que llega, por ahora no hay ninguno, te vas a quedar aquí, hasta que a mí se me de la gana!!! ¿Me oíste bien perfecto idiota?

Morán había perdido la cuenta de las horas que llevaban en la sala. Estaba extenuado, pero una pequeña luz de esperanza parecía querer iluminar el caso de Debbie, estaban por cumplirse los seis meses. Demasiado poco habían avanzado, demasiado poco tenía para ofrecerle a Chantal, quien ya parecía ser una muerta en vida, ni comía, ni dormía; Paul sin querer le había tomado un profundo afecto, a veces se quedaban hasta tarde tomando café, haciéndose mutua compañía, reviviendo los momentos más hermosos que había tenido junto a la niña.

Esa tarde Paul pasó a verla, para informarle las últimas novedades. Se sentaron en el sofá, ese día especialmente miró a Chantal, había llegado a una delgadez extrema. Sus brazos dejaban ver la forma de sus huesos debajo de su piel. Su rostro apagado, demacrado, ¿cómo pudiera hacer él para devolverle la vida, la esperanza, la alegría? Se sentó a su lado, pasándole su mano por los hombros, Chantal reclinó la cabeza sobre él. No habían palabras en ese momento. Otro día más en que no podía entregarle en sus brazos a su hijita. Pero ella le sonreía siempre como agradeciéndole ese gesto suyo de acompañarla, de motivarla a seguir en esa lucha que parecía no llegar a su fin. Y así se quedaron unidos, reclinados uno junto al otro. En ese dolor tal vez estaba naciendo algo que los uniría más, Chantal no lo sabía, pero Paul sí, entendió que la amaba mucho, que quería sufrir y vivir junto a ella el resto de vida que les esperaba.

3 de septiembre, 2010

Y esa vida continuó por más de siete años para Chantal y Paul, con pequeñas y grandes alegrías, con los fantasmas del recuerdo, con nuevas pistas que después terminaban en nada. Se casaron al año de la desaparición de Debbie. Esperaban a su primer hijo, ilusionados, pero entre ellos siempre esa esperanza de encontrar a la niña que actualmente tendría unos ocho años. Para su madre no había pasado el tiempo, dentro de sí sabía que volvería a verla, la sentía cerca, era un pálpito que sólo una madre puede sentir.

Esa mañana Paul no estaba de servicio, quería dedicarle más tiempo a su mujer, el embarazo de Chantal lo había sensibilizado mucho, le gustaba hablarle a su “cachorrito” como él le decía. –“¡Amor, no es un perrito, es nuestro bebé!”-

-Ya lo sé cariño, pero lo quiero tanto y es tan pequeñito, ¿ahí dentro él me escuchará?

-Claro querido, cuando tú le hablas él da muchas pataditas

-Eso es que mi cachorrito va a ser un hincha del Real Madrid.

-¿Y si es una niña? De repente entre los dos cruzó la sombra de Debbie.

-Si es una niña jugará a las muñecas, o a la doctora, ay amorcito! Será lo que Dios nos quiera enviar.

Continuaron caminando por la ancha avenida del parque, una caminata que obligatoriamente hacían regularmente para llevar sanamente su maternidad. No muy lejos se veían a unas niñas en los columpios. Una de las niñas era de intensos cabellos rojos, carita pecosa. Chantal se la quedó viendo, algo la hizo acercarse más, algo que no podía detenerla. –Cariño, adónde vas? Le gritó Paul. –¿Debbie? ¿Debbie eres tú?

La mujer llegó hasta la niña, volvió a preguntar su nombre -¿Debbie? –

-No, señora, yo me llamo Cathie

Paul llegó casi corriendo -¿Qué pasa amor?

Chantal le habló aparte, -Es mi hija, estoy segura, es ella! Haz algo por Dios!

-Querida, tranquilízate, eso no podemos hacerlo así. No puedes asustarla, ni abordarla de esa manera. ¿Qué te hace pensar que es la niña?

-Yo lo sé, entiendes? ¡¡¡Yo lo sé!!! Se parece mucho a mí cuando era niña, por Dios Paul, tenemos que hacer algo.

-Cathie –le habló el policía muy discretamente- ¿Cómo se llaman tus padres? La niña retrocedió, algo la atemorizó, era una niña como de ocho años -¡Mamá, Mamáaaaa! –comenzó a gritar. Chantal quiso correr tras ella pero Paul la detuvo. Se quedó mirando cómo se alejaba la jovencita, vio cómo se acercaba a una pareja a la vez que los señalaba a ellos. Miró detenidamente al hombre y a la mujer. No estaba lo suficientemente cerca, pero algo en el hombre se le hizo conocido. ¿Dónde lo había visto? ¿Dónde? – La pareja alejó rápidamente con la niña. En un instante desaparecieron.

Cuando volvieron a su apartamento, la joven madre parecía haber vuelto a decaer, todo el peso de esos años sufridos sin Debbie habían recaído nuevamente sobre su humanidad. En su mente estaba grabado el rostro de la niña del parque, eso le recordó que debía buscar algo, sacó de su closet una pequeña caja de madera que contenía cartas, papeles y fotos; una en particular era la que deseaba encontrar, allí estaba casi en el fondo de la caja, una foto ya un poco desgastada, amarillenta, allí posaba Chantal junto a su madre, vestida de comunión, su cabello largo, pelirrojo, adornado con flores blancas. Se la mostraría a Paul, era idéntica a Cathie. Sabía que era su hija. ¡¡¡Dios mío!!! Su hija vivía, estaba en la ciudad. ¡Tenía que recuperarla!

Paul quedó absorto cuando vio la foto. -¡Es increíble, increíble! – Debemos encontrarla otra vez. Trata de recordar. ¿Pudiste ver a los padres?

-El hombre, no sé por qué, me pareció familiar, pero no puedo recordar. ¡No puedo!

-Está bien cariño, no te fuerces. No quiero que esto repercuta en el bebé. Debes estar tranquila, faltan pocas semanas para que des a luz. Pasaré por la oficina. Removeré cielo y tierra para encontrar a esa gente. Tengo una corazonada. Dame un beso que lo necesito. Te amo. Cuida a nuestro bebé.

El oficial Reyes ya no estaba con él. Había sido trasladado a Tampa, pero siempre se mantenían en contacto. Ahora contaba con Tintin López, un oficial joven, muy dinámico, a quien Paul había empapado sobre el caso de Debbie, porque a pesar de los años su gente, la del barrio, y la de la Central, no borraban de su memoria ese secuestro, él no se los permitía, porque desde que empezó todo esto, se había hecho una firme promesa: de entregar a Debbie en brazos de su mujer. Cómo y cuándo lo haría, no sabía, pero su vida se encausaría en ese norte, encontrarla y hacer pagar a los culpables por tantos años de amargura y angustia.

-Tintin, acompáñame al parque, surgió algo que te contaré por el camino. Hay que moverse rápido. Que no quede piedra ni árbol por removerse.

-Si claro, cuéntame. Estoy listo para el ataque.

Mientras hablaban, emprendieron una veloz carrera hacia el lugar. Interrogaron a los guardias, a cada persona que caminaba por allí, sobre la pareja y la niña pelirroja. En ese momento sonó su celular: -Paul, cariño, creo que llegó el momento – Por favor llévame al hospital!

-Amor, ¿el cachorrito no podía elegir otro momento? Estamos en plena investigación. ¡Estoy lejos! Llamaré a tu vecina para que te lleve en un taxi.

-Ayyyyyyy! Me duele mucho! Creo que reventé aguas!

-Respira, amor, respira profundo! Sabes cómo hacerlo. Quédate allí. Estoy llamando a la señora Griselda.

Chantal sudaba mucho, un dolor indescriptible le cruzaba el vientre hasta la cabeza. Ya había olvidado lo que era estar embarazada. Quería respirar profundo, todo le daba vueltas. A su mente venía el rostro de otro bebé. Debbie. Debbie. Quiero verte otra vez. Volvió a revivir la escena del parque. Viendo a esa niña llamada Cathie. Corría. Corría alejándose de su lado. Ella alargaba los brazos. La niña se alejaba aún más arrojándose en brazos de otra persona. Un hombre  y una mujer. Un hombre lejano a su visión. Su mente seguía mirándolo. Yo sé quién eres. Yo sé quién fuiste. La niña lo abrazaba. No lo abraces. No te quiere. Nunca te quiso. Te abandonó. Nos abandonó. Max. Max. Max. Max. Ese nombre retumbaba en sus oídos. Un nombre que casi no mencionaba. Max. Max. Maldito Max! Paul! Es Max! Es el padre de Debbie! Gritó con todas sus fuerzas. Griselda, Griseldaaaa!! Llame a mi marido! Por favor! Desde la ambulancia salían los gritos desesperados y ahogados de Chantal queriendo gritar al viento, al mundo un nombre enterrado en su memoria. Se la había robado, en sus narices, se la llevó impunemente, a esa hija que nunca quiso conocer. Siguió gritando, luchando por zafarse de la camilla. La enfermera no podía contenerla. –Cálmese por favor señora, ya le avisaremos a su esposo-

3.30 pm.

Paul y Tintin revolvían en su escritorio todo el expediente. Fechas. Nombres. Pudiera ser que se les hubiera escapado algún detalle. Algún testigo. Tenían que encontrar una nueva pista. 

Tintin tenemos que hacer algo con la foto de Chantal. Publicarla o pegarla en alguna parte. De alguna forma debemos llamar la atención.

-Pero qué lograríamos con eso?, no te angusties, se nos tiene que ocurrir una idea.

Paul golpeó con el puño la mesa del escritorio. Varios papeles volaron por el aire. -¡Me estoy volviendo loco! ¿Por qué esta injusticia? ¿Dónde esta niña?

El teléfono sonó en ese preciso momento. La secretaria la habló por el interno. –Jefe, una llamada, tómela por la cuatro.

-No, ahora, no, Carmen, cero llamadas.

A los pocos segundos, la secretaria le volvió a repicar.

-Jefe, es urgente, pasa algo con su esposa en  el hospital.

-¿Por qué diablos no me lo dijiste antes? - ¿No ves que estoy esperando noticias?

-Usted me dijo cero llamadas. Pero la señora insiste e insiste.

-Ya, ya, ya! Por la cuatro me dijiste? Aló! Quién habla? Griselda, señora Griselda! Que ha pasado? Ya nació mi hijo? Cómo está  mi mujer? ¡Hable por Dios!

-Señor Paul, su esposa está en sala de partos todavía no ha dado luz. Pero desde que venía en la ambulancia, vino dando gritos como una desquiciada, antes de que se la llevaran me dejó un encargo para usted. Que le diera un nombre. Que usted iba a saber de qué se trataba.

-Un nombre, qué nombre! Hableeeee!

-Me dijo : dile que es Max. Lo repitió varias veces, un tal Max.

-Max? ¿y quién demonios es ese Max? Al instante se hizo la luz en su memoria: Maaaaaaaaaaaaaax! Ese maldito, lo voy a matar!

Tintin lo miraba sin entender un ápice de lo que hablaba.

-Tintin, lo tenemos! Es Max Brighton! El padre biológico de la niña. ¡Él la tiene! No entiendo por qué nunca sospechamos de él. No vivía aquí. Nunca se interesó por su hija. Al menos eso creímos. Hasta hoy. 

Más tarde en la Sala de Maternidad del Hospital

La pareja miraba embelesada a su niño que dormía plácidamente en la cunita. Un hermoso bebé rosado con su carita sonriente, ajeno a la tragedia que sucedía a su alrededor. La enfermera entró para indicarles que se llevaría al niño para darle los cuidados diarios de los recién nacidos. Chantal lo vio alejarse con cierto miedo.

-Cariño no te pongas así, no permitiría nunca que algo le pase a Bernie. (Le pusieron por nombre Bernabé)

-Lo sé, lo sé, quisiera ya estar en casa, tenerlo conmigo todo el tiempo.
-Así será cariño, entre hoy y mañana te darán el alta. Tuviste un parto estupendo. Pero ahora tendré que dejarte sola por unas horas, tengo que ir a la Central, estamos tras los pasos de tu ex. Me puse en contacto con Dany Trenton, uno de los mejores abogados de Miami. Hablaré con él para que nos asesore en cuanto lo que sucede con la niña.

-Vete, sí, cuéntame después todo lo que hablaron, no me ocultes nada. Ok?

Dándole un beso en la frente Paul la dejó no sin antes mirarla por última vez desde la puerta. Sabía que no sería fácil esa batalla. El tal Max no era una buena joya. Legalmente por el momento tenía todas las de ganar. Subió a su Fiat 2010 y se dirigió por la autopista hasta las lujosas oficinas de Dany Trenton, que ya lo estaba esperando.

-Lucy, que no pasen ninguna llamada. Pasa Paul, tiempo que no nos veíamos. Estuve leyendo el caso de tu mujer. No quiero darte falsas esperanzas. No pinta muy bien. Ese Brighton no ha querido cooperar, y se niega a darnos examen de ADN de Debbie, siempre que sea ella. Pero pasa, mientras tomamos un café, un whisky en las rocas o lo que te apetezca.

Se sentaron mientras Trenton le sirvió un vaso con whisky y mucho hielo, -¿y un juez no puede obligarlo a hacerse el ADN? Replicó Paul.

-Pudiera hacerse pero llevará tiempo, un juicio lleva días, meses, años, tendríamos que buscar la forma de poder hacerlo sin que él se de cuenta. Algo que la niña se lleve a los labios, una lata de refresco, o una cuchara de plástico, sabes que ese examen también se hace por medio de la saliva también. ¿Crees que podrías  conseguirlo? Hay que tener mucho cuidado. Pueden demandarnos por algo así.

-Será muy difícil, sobre todo que la niña me vio esa vez y se asustó. No creo que haya olvidado mi cara. Si le pido a la maestra le informará enseguida a los padres. Pero no te preocupes, algo se me ocurrirá. Y luego, una vez que tuviéramos los resultados? ¿Qué paso seguiría?

-Lo demás sería mucho más sencillo. El juez pedirá seguramente una citación a la otra pareja, y lo más seguro es que no tendrán salida. Eso en lo que respecta al paso legal. Después vendría la adaptación de la niña, a decirle la verdad, a que acepte o no su verdadera madre. Necesitará desde luego, tratamiento psicológico.

-Bueno, por lo pronto, lo primero es lo primero, tratar de acercarnos a la niña para extraer el ADN. Deséame suerte.

-Por supuesto Paul cuenten conmigo. Saludos a Chantal y felicitaciones papá.

Paul se fue pensando cómo resolvería ese asunto. El, desde luego no podía hacerlo. Quizá Tintin le diera una idea. Fue a la Central para hablar y juntos poder encontrar una forma de resolver ese delicado asunto. Un paso en falso y lo arruinaría todo.

Tintin López sentía mucha admiración por Paul, siempre estaba lleno de ideas nuevas para llevar las investigaciones, ideas que no pocas veces lo metían en problemas. Paul lo puso al tanto de lo hablado con el abogado.

-No se me ocurre cómo podríamos tratar de extraerle ADN a esa niña. Convidarla con un refresco, un helado, o un chicle, ¿pero y quien se lo daría?

-Jefe deme el nombre del colegio, le prometo que antes de que termine el día Ud tendrá el bendito ADN.

-Tintin, por favor, ten cuidado, si metes la pata, lo habremos arruinado todo. ¿Te imaginas si nos cae una demanda? Tu carrera y la mía se irán por la alcantarilla.  Estaremos acabados. Olímpicamente acabados. No me digas que idea se te ocurrió. No quiero saberlo.

-¡No se preocupe Jefe, déjemelo a mí!.  Esto es pan comido.

-Colegio Santa Agatha. Nº 1311. Vete hombre, ya no quiero verte.- Su mente quedó dando vueltas las mil y una formas que Tintin resolvería ese endiablado asunto.


6.35 pm. Oficina de la Central

Habían pasado cinco horas desde que Tintin se fue. Qué habría sucedido, aún no se sabía nada. De este resultado dependería la felicidad u otra amargura más para agregar a la vida de Chantal. Al menos él lo estaba intentado todo. Tenía unas ganas de echarle el guante a ese tal Max. Un poco por celos, pues pertenecía a un pasado de su mujer que él no había vivido y por otro lado porque sabía que era un rufián, si llegaban a ganar el caso, haría que lo encerraran por el resto de su maldita vida. Miraba por el ancho ventanal la vista panorámica de la ciudad. En ese preciso momento la puerta se abrió y entró Tintin con una sonrisa de oreja a oreja, en su mano llevaba un bolsita que contenía una cucharita de plástico.

-¡Jefe, misión cumplida! Aquí tiene su ADN. Espero que me aumente el sueldo. Dijo Tintin entregándole la bolsita.

-Pero ¿cómo diablos hiciste? No, no me lo digas, ni saberlo. ¿Estás seguro de que no te vieron? ¿No te vio nadie? Ay, me va a dar algo!

-Jefe ¿cuándo va a confiar en mí? Fue algo más que sencillo, resulta que tengo una sobrinita que estudia en el Sta. Agatha, quien por una de esas casualidades es amiguita de Cathie o Debbie, vaya ¿cómo debo llamarla? Como le voy diciendo, mi sobrinita que es un encanto y siempre dispuesta a colaborar con su tío en las investigaciones, se ofreció de mil amores a convidar con un helado a Cathie o Debbie y otras amiguitas que estaban conversando en la hora del recreo. Su tío la esperó pacientemente fuera del colegio escondido detrás de un árbol no sin antes recomendar a su querida sobrinita que fuera muy cautelosa y disimuladamente al recoger la cucharita. Y aquí me tiene jefe. ¿Vio que no fue tan difícil?

-Gracias Tintin, mil gracias, no sé cómo agradecerte además del aumento de sueldo. Y abalanzándose sobre su joven oficial le propinó un beso en cada mejilla.

-¡Vaya Jefe! ¿No está exagerando? ¡Tampoco es para tanto! Estoy a su orden siempre.

-¿Cómo se llama tu sobrinita la detective?

-jajajaja Anita, jefe, se llama Anita.

-Otro beso para ella, espero conocerla algún día. Ahora déjame llamar a Trenton el abogado. No podrá creer cuando le cuente lo que tengo para darle.

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