EL CANTO DE DIOS


Lo espero cada amanecer, cuando aún no han salido los primeros rayos del día, sé que vendrá al árbol de mi patio a abrir el alba con su dulce melodía; jamás lo he visto, será tan pequeño; en su rutina diaria escondido entre las ramas de los árboles, quiebra el silencio con su trino, con el único acorde del viento que mece las hojas, el canto con que la madre natura nos obsequia, vestido de su plumaje escondido a mi vista; su canto acaricia mis oídos en múltiples tonos, que se van haciendo oración cuando se abre la bóveda celeste, no hay música comparable a la suya; generosamente me deja participar de su sinfonía matutina, para que juntos demos gracias al Altísimo que nos deja contemplar la belleza de la alborada, con los rayos del sol que comienzan a dar color a las flores aún dormidas, a las hojas húmedas del rocío de la noche, a las lagartijas que caminan sobre la tierra; su suave piar describe sin letra la poesía de la naturaleza, de la tierra, del mar, es un canto celestial como serenata de Dios, de los ángeles, que vacía el espíritu de soledad y de tristeza.
De repente calla, come de los frutos y va de rama en rama, por última vez da el trino final de su jornada; extraño su himno cuando se va con la tarde, antes de que se vaya lo despide mi corazón acongojado como si no fuera a oírlo más. Su cántico suave, melodioso invade toda la casa, es una alabanza al cielo, a su Creador que lo viste como a los lirios del campo, mi pobreza se consuela viéndome como él, sin nada, sin nadie y quiero glorificar el día que comienza; él en su pequeñez, alaba la tierra, tiene el don más preciado, su libertad, que lleva a las alturas. Y trae en sus alitas otros recuerdos del ayer, de mi niñez, de la casa adonde llegaban otros pajarillos a picotear, a revolotear, a posarse en la ventana cuando la guitarra de mi madre era también una alabanza de amor en sus manos.
Al sentirlo mi pensamiento lo sigue y mi espíritu pleno se regocija y asciende hacia el manto celeste que nos cobija; ese hermoso pajarillo que necesita tan poco para ser feliz, solo ir y venir en el verde ramaje a la hora más temprana, en su belleza, en su piquito que se abre y se cierra para cantar en diversos notas sin pentagrama, Dios se hace presente como en todas las cosas, grandes y pequeñas; se mezcla en la brisa y gorjea dulcemente por su corta existencia agradecido al Señor, por sus alas diminutas que van y vienen sin rejas, sin frontera; nosotros débiles criaturas mortales buscamos la felicidad material y egoísta, sin aprender a ser libres, sin apreciar cada gota de vida que respira en nuestros pulmones, desagradecidos con el Altísimo y con su Obra.
Cuando vuelve nuevamente mi pajarillo a posarse en el tupido árbol, a regar el suelo de las semillas que dispersa, la soledad se esconde para que la alegría de paso a la claridad, al sol, a las florecitas rojas, a los helechos que penetran a través de las rejas y lo recibe mi melancolía, por no poder descubrirlo nunca; criatura bendita que llena de gozo la vida, las nubes y el infinito azul. ¡Cuánto lo extraño ya! Ruiseñor de mis penas, calandria de la lejana patria, hornero de esa pampa verde, en él están todas las aves del cielo, volando y reverdeciendo como una primavera a mi alma gris y solitaria.

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