EL DÍA "D"
Amaneció otra vez, igual que el día de ayer, creyendo que algo
cambiaría, que el sol amanecería distinto, que alguna señal del cielo
terminaría con ese sabor de derrota, desaliento, desgano, debilidad, dudas,
desesperanza, dolor, desánimo; ese día parecía haber amanecido maldito con la
letra d. Dios también empieza con D, con D mayúscula; pero no encontró des
positivas, que contrarrestaran las otras que lo aplastaban contra el suelo.
Dios que es Todopoderoso, que todo lo puede, que todo lo ve, ahora no lo sentía con él; lo sentía lejos de su corazón, de su vida, ¿dónde estaba? Ahora que más lo necesitaba, quería encontrarlo, preguntarle, que lo socorriera ó que lo llevara con él para terminar con tanta tristeza; su vida era como un barco a la deriva, sin norte, sin brújula; había tocado fondo, sentía que se estaba hundiendo en las arenas movedizas de la soledad, de destierro en un mundo que no existía para él, que lo tragaba cada día más la oscuridad, las arenas movedizas de sus dudas, de su apática fe, de su incredulidad; es que todo le salía mal últimamente, y ahora para más pesar sin trabajo, sin amigos, sin tener adonde ir, sin tener donde ahorcarse, y pedir prestado ya era lo último; ¿ya que más le podía quitar esta vida? Todo estaba perdiendo sentido, despertarse para nada, para seguir siempre en el mismo lugar. Estaba en el exilio de los abandonados, de los que no saben a dónde ir. Quería consolarse pensando que algunos tienen menos que él. Hubiera querido estar con esos y llorar ese infortunio que sentía, pero ¿dónde se hallarían? Habría muchos desparramados,gente pobre, en las calles, en las cárceles, en los manicomios, en las villas miseria; pero no estaba seguro si alguno de esos pobres se sentiría como él, el más miserable de los miserables, quizá ninguno se encontraba tan perdido en sí mismo, tan extraviado de su Dios como se encontraba este día, ahora...
Mañana.... mañana tenía que pagar el alquiler, comprar víveres para comer, pagar la tarjeta del teléfono, pagar...pagar...pagar... siempre el maldito dinero; sin ese dios dinero sin el cual nadie puede vivir, o nadie quiere vivir; mañana…, dice el proverbio “Dios proveerá”; el mañana lo veía negro, oscuro, ¿¡Dios donde estás cuando te necesito!? Te necesito ahora, ahora que estoy sin un peso, sin trabajo, sin más compañía que mis dudas y mi soledad. Rezar se le volvía inútil, ¿estaría perdiendo su fe? Igual no dejaba de pronunciar su Santo Nombre, Dios Altísimo, que es el Único que no lo dejaría de asistir, es al Único a quien podía acudir. Rezar, aunque el silencio es el que respondía; quizá no rezaba bien, quizá dentro de su corazón estaba tan vacío y por eso las oraciones caían en un saco roto. Más que rezar necesitaba hablar con Dios, contarle de este día "D" que se alargaba demasiado.
La cama era el único lugar para sentirse seguro, allí todo empezaba y todo acababa. La muerte lo encontraría allí posiblemente algún día, cerrando los ojos se sentía bien, se olvidan los problemas, se huye del pesimismo, de la tristeza, no se piensa en el futuro, es como una pequeña muerte, cerrar los ojos y no pensar; dejarse llevar por el sueño, sentir el cuerpo más liviano; no acordarse de que estaba vivo, de que estaba solo, de nada...no acordarse de nada... A su lado estaba el televisor apagado, ¿para que encenderlo? Para qué ver las noticias del día, que traen más des, de desengaño, decaimiento, desinterés, desesperación, depresión; maldito día "d". Al lado de la televisión descansaba la Biblia, que hace tiempo la había dejado ahí, acumulando polvo. Para qué leerla – pensaba – pero ahí también descansaba Dios, descansaba de su indiferencia y de la tantos hombres como él que van a la deriva, con su fe extraviada por alguna parte.
Seguía allí acostado mirando ese libro pequeño, de tapas verdes, ¿cuándo fue la última vez que la leyó? la tomó para hojearla un poco, nada más. Releyendo sus ojos finalmente se detuvieron en San Pablo, ese gran santo, fanático perseguidor de los cristianos, el cual el Señor Jesús un buen día se le apareció en una visión, y Saulo de Tarso se convirtió en Pablo, quien pasó a ser llamado el “apóstol de los paganos”; siguió leyendo a Pablo, Corintios 12, 8: “…..Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí (el demonio), 9 pero me respondió: “Te basta mi gracia; mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad.” Y siguió leyendo al apóstol: “Con todo gusto, pues, me alabaré de mis debilidades para que me cubra la fuerza de Cristo. 10 Por eso me alegro cuando me tocan enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias: ¡todo por Cristo! Cuando me siento débil, entonces soy fuerte.”
También Pablo conocía esas "d" de debilidades, y de la "d" a la "f", efe de fortaleza, fuerza, firmeza y de fe, sobre todo fe. Gran tipo ese Pablo, esas palabras que las volvió a releer, se quedaron dentro de él; tan dentro que no las podía arrancar. Porque su debilidad era tan grande, su debilidad de corazón, de hombre creyente, que ya no podía agrandarse más. Y Fe, una palabra tan cortita, pero que llenaba tanto. Jesús, un nombre tan simple, pero que significa "Salvador" también. Miró la cruz de arcilla colgando en su pared, allí descansaba el Señor con su cabeza hacia abajo, cargando sobre su cuerpo todo los pecados del mundo, todo el dolor, y la poca fe de los hombres, de hombres como él que lo niegan, que lo rechazan.
De su interior unas palabras brotaron, nacieron tímidamente hacia su propio corazón y luego hacia afuera, apenas oyó voz que suplicaba: “Señor, ayúdame a tener fuerza para vencer mi debilidad”. Una oración que casi parecía no tener mucho sentido, pero era lo que necesitaba decir, dejar a los pies de la cruz bendita. Cuando dejó salir esas palabras, sus ojos se aguaron como una nubecita gris; algo en él había muerto para renacer en algo nuevo. ¿Qué importaba el mañana –se decía- si en esa cruz estará su fuerza para volver a despertar, para seguir viviendo? De un salto se levantó, se vistió y salió a la calle para respirar un aire nuevo con D de día nuevo, de sol tibio, con D de DIOS.
Dios que es Todopoderoso, que todo lo puede, que todo lo ve, ahora no lo sentía con él; lo sentía lejos de su corazón, de su vida, ¿dónde estaba? Ahora que más lo necesitaba, quería encontrarlo, preguntarle, que lo socorriera ó que lo llevara con él para terminar con tanta tristeza; su vida era como un barco a la deriva, sin norte, sin brújula; había tocado fondo, sentía que se estaba hundiendo en las arenas movedizas de la soledad, de destierro en un mundo que no existía para él, que lo tragaba cada día más la oscuridad, las arenas movedizas de sus dudas, de su apática fe, de su incredulidad; es que todo le salía mal últimamente, y ahora para más pesar sin trabajo, sin amigos, sin tener adonde ir, sin tener donde ahorcarse, y pedir prestado ya era lo último; ¿ya que más le podía quitar esta vida? Todo estaba perdiendo sentido, despertarse para nada, para seguir siempre en el mismo lugar. Estaba en el exilio de los abandonados, de los que no saben a dónde ir. Quería consolarse pensando que algunos tienen menos que él. Hubiera querido estar con esos y llorar ese infortunio que sentía, pero ¿dónde se hallarían? Habría muchos desparramados,gente pobre, en las calles, en las cárceles, en los manicomios, en las villas miseria; pero no estaba seguro si alguno de esos pobres se sentiría como él, el más miserable de los miserables, quizá ninguno se encontraba tan perdido en sí mismo, tan extraviado de su Dios como se encontraba este día, ahora...
Mañana.... mañana tenía que pagar el alquiler, comprar víveres para comer, pagar la tarjeta del teléfono, pagar...pagar...pagar... siempre el maldito dinero; sin ese dios dinero sin el cual nadie puede vivir, o nadie quiere vivir; mañana…, dice el proverbio “Dios proveerá”; el mañana lo veía negro, oscuro, ¿¡Dios donde estás cuando te necesito!? Te necesito ahora, ahora que estoy sin un peso, sin trabajo, sin más compañía que mis dudas y mi soledad. Rezar se le volvía inútil, ¿estaría perdiendo su fe? Igual no dejaba de pronunciar su Santo Nombre, Dios Altísimo, que es el Único que no lo dejaría de asistir, es al Único a quien podía acudir. Rezar, aunque el silencio es el que respondía; quizá no rezaba bien, quizá dentro de su corazón estaba tan vacío y por eso las oraciones caían en un saco roto. Más que rezar necesitaba hablar con Dios, contarle de este día "D" que se alargaba demasiado.
La cama era el único lugar para sentirse seguro, allí todo empezaba y todo acababa. La muerte lo encontraría allí posiblemente algún día, cerrando los ojos se sentía bien, se olvidan los problemas, se huye del pesimismo, de la tristeza, no se piensa en el futuro, es como una pequeña muerte, cerrar los ojos y no pensar; dejarse llevar por el sueño, sentir el cuerpo más liviano; no acordarse de que estaba vivo, de que estaba solo, de nada...no acordarse de nada... A su lado estaba el televisor apagado, ¿para que encenderlo? Para qué ver las noticias del día, que traen más des, de desengaño, decaimiento, desinterés, desesperación, depresión; maldito día "d". Al lado de la televisión descansaba la Biblia, que hace tiempo la había dejado ahí, acumulando polvo. Para qué leerla – pensaba – pero ahí también descansaba Dios, descansaba de su indiferencia y de la tantos hombres como él que van a la deriva, con su fe extraviada por alguna parte.
Seguía allí acostado mirando ese libro pequeño, de tapas verdes, ¿cuándo fue la última vez que la leyó? la tomó para hojearla un poco, nada más. Releyendo sus ojos finalmente se detuvieron en San Pablo, ese gran santo, fanático perseguidor de los cristianos, el cual el Señor Jesús un buen día se le apareció en una visión, y Saulo de Tarso se convirtió en Pablo, quien pasó a ser llamado el “apóstol de los paganos”; siguió leyendo a Pablo, Corintios 12, 8: “…..Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí (el demonio), 9 pero me respondió: “Te basta mi gracia; mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad.” Y siguió leyendo al apóstol: “Con todo gusto, pues, me alabaré de mis debilidades para que me cubra la fuerza de Cristo. 10 Por eso me alegro cuando me tocan enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias: ¡todo por Cristo! Cuando me siento débil, entonces soy fuerte.”
También Pablo conocía esas "d" de debilidades, y de la "d" a la "f", efe de fortaleza, fuerza, firmeza y de fe, sobre todo fe. Gran tipo ese Pablo, esas palabras que las volvió a releer, se quedaron dentro de él; tan dentro que no las podía arrancar. Porque su debilidad era tan grande, su debilidad de corazón, de hombre creyente, que ya no podía agrandarse más. Y Fe, una palabra tan cortita, pero que llenaba tanto. Jesús, un nombre tan simple, pero que significa "Salvador" también. Miró la cruz de arcilla colgando en su pared, allí descansaba el Señor con su cabeza hacia abajo, cargando sobre su cuerpo todo los pecados del mundo, todo el dolor, y la poca fe de los hombres, de hombres como él que lo niegan, que lo rechazan.
De su interior unas palabras brotaron, nacieron tímidamente hacia su propio corazón y luego hacia afuera, apenas oyó voz que suplicaba: “Señor, ayúdame a tener fuerza para vencer mi debilidad”. Una oración que casi parecía no tener mucho sentido, pero era lo que necesitaba decir, dejar a los pies de la cruz bendita. Cuando dejó salir esas palabras, sus ojos se aguaron como una nubecita gris; algo en él había muerto para renacer en algo nuevo. ¿Qué importaba el mañana –se decía- si en esa cruz estará su fuerza para volver a despertar, para seguir viviendo? De un salto se levantó, se vistió y salió a la calle para respirar un aire nuevo con D de día nuevo, de sol tibio, con D de DIOS.
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