LA COARTADA - CAPÍTULO I
Iba a cometer la peor estupidez de su vida, pero
esa chica lo tenía loco hacía algún tiempo; estaba seguro que había querido
provocarlo; todas las noches, casi a la misma hora, corría las cortinas y
comenzaba su ritual de desnudo. Se quitaba la ropa de forma lenta, provocativa,
algunas veces se masturbaba un poco, luego pasaba a la ducha, podía ver a
través de la puerta corrediza transparente su silueta desnuda que se enjabonaba
lentamente todo el cuerpo, haciendo movimientos eróticos; el apagaba las luces
cuando sabía que ella entraba, para poder observarla sin ser visto, al menos
eso pensaba él. Pegado a la venta sentía correr las gotas de sudor sobre su
cara, su miembro se endurecía, seguía el juego de la mujer, acariciándose los
senos, los muslos, más al centro... al final no soportaba tanto ardor y se
desahogaba frotándose desesperado.
Así comenzó a idear un plan para poder poseerla, sería de él; vivía en el edificio de enfrente, un piso más arriba; la mujer era enfermera, lo sabía porque la veía llegar con su maletín y el guardapolvo blanco entre sus manos; trabajaba en el turno de la mañana en el Hospital Central hasta las siete y algo de la noche; vivía sola, estaba separada, el marido era un cabrón que la había dejado por una mosquita muerta. No entendía como había podido dejar semejante lindura de chica; aunque pasaba los treinta años, volvía loco a cualquier hombre, de tez trigueña, cuerpo escultural. A veces trataba de encontrarle algún defecto pero la veía cada vez más apetecible.
No podía controlarse cuando llegaba la hora de verla a través de su ventana, casi no quería salir, dejaba de lado cualquier compromiso, para estar a su lado desde la oscuridad, y aunque podía buscar cualquier mujer en la calle, para poder quitarse esas ganas insaciables para desahogar su apetito voraz y animal, no lograba que ninguna le atrayera; esa chica se había convertido en su obsesión, y no podría vencerla hasta tenerla con él. Tenía que urdir un plan antes de volverse loco, -serás mía, toda mía...- lo repetía en su mente hasta el cansancio.
Ya sabía la hora que salía y llegaba, su coartada sería que nadie lo viera llegar al edificio de enfrente ni salir del suyo; no tenía ningún vínculo con su vecina, ni siquiera se habían visto por la calle, los datos que sabía era porque alguna vez la siguió hasta el hospital y había averiguado sobre su vida muy discretamente. Se llamaba Erika, Erika que lo trastornaba de solo imaginarla, de solo soñarla metida en la ducha, pasándose el jabón por su piel exquisita, por su vagina, por sus nalgas duras, por sus senos perfectos, redondos, que los devoraba con su mente, - Erika...Erika...Erika... –
Mañana sería el día, en su cabeza comenzó a urdir el plan para llevar a cabo lo que tantas noches lo tenía desvelado, sería de él y cuando lo conociera a ella también le gustaría. Seguro que sí. Estaban hechos el uno para el otro.
Como a las 9 se levantó. Ese día no iría a trabajar, llamó a la compañía para dar parte de enfermo. En su edificio habían dos vigilantes, uno llegaba a las siete de la mañana y se iba a las cuatro de la tarde, el otro llegaba a las cuatro y cuarto y se quedaba toda la noche hasta el otro día en que volvían a cambiar el turno. Debía aprovechar una milésima de segundo para que no lo vieran salir; debería salir de allí a las cuatro y diez y escabullirse inmediatamente. Todo este plan lo tenía algo nervioso pero al mismo tiempo lo excitaba locamente imaginar el momento en que estaría con ella. Luego de salir del edificio debía encontrar la manera de entrar al apartamento de Erika antes de que ésta llegase y la allí la esperaría... "-Nena linda...como te deseo...-"
Las cuatro dieron en su reloj pulsera. Bajó sigilosamente por las escaleras, llevaba lentes oscuros, vio desde lejos al vigilante que estaba preparando sus cosas para irse, cuatro y diez comenzaba a dirigirse a la salida, cuatro y cuarto... el vigilante se fue hacia la puerta... él sin que el otro lo notara se abalanzó hacia la vereda y cruzó hacia el otro edificio ... nadie lo había visto... Respiró fuertemente, la primera parte se había realizado, se dirigió al edificio de Erika. Eran las cuatro y media, aún faltaba para verla, para tocarla, para hacer delicias juntos.
Todo iba perfecto, demasiado perfecto diría él, ya eran las cinco y dos minutos, la mujer llegaría como pasadas las siete, se dirigió a la puerta de entrada, justo cuando salía una vieja llevando con la correa a un chihuahua, el perrito quiso olfatearlo, eso lo puso nervioso...odiaba los perros... Disimuladamente dejó salir a la vieja y pasó, no hubiera querido ningún testigo, pero no había problema. Ya había averiguado cual era el apartamento de Erika, sin levantar sospechas, eran las cinco y media, quedaba como dos horas; subió por las escaleras para no encontrar a alguien en el ascensor, en el corredor del sexto piso no había nadie, solo se oían las voces de los otros apartamentos, niños que lloraban, el ruido fuerte de alguna televisión; caminó despacito hasta el 6-D, miró hacia los lados...nadie...sacó de su bolsillo trasero su tarjeta del banco, ya sabía como hacerlo...entró...
Así comenzó a idear un plan para poder poseerla, sería de él; vivía en el edificio de enfrente, un piso más arriba; la mujer era enfermera, lo sabía porque la veía llegar con su maletín y el guardapolvo blanco entre sus manos; trabajaba en el turno de la mañana en el Hospital Central hasta las siete y algo de la noche; vivía sola, estaba separada, el marido era un cabrón que la había dejado por una mosquita muerta. No entendía como había podido dejar semejante lindura de chica; aunque pasaba los treinta años, volvía loco a cualquier hombre, de tez trigueña, cuerpo escultural. A veces trataba de encontrarle algún defecto pero la veía cada vez más apetecible.
No podía controlarse cuando llegaba la hora de verla a través de su ventana, casi no quería salir, dejaba de lado cualquier compromiso, para estar a su lado desde la oscuridad, y aunque podía buscar cualquier mujer en la calle, para poder quitarse esas ganas insaciables para desahogar su apetito voraz y animal, no lograba que ninguna le atrayera; esa chica se había convertido en su obsesión, y no podría vencerla hasta tenerla con él. Tenía que urdir un plan antes de volverse loco, -serás mía, toda mía...- lo repetía en su mente hasta el cansancio.
Ya sabía la hora que salía y llegaba, su coartada sería que nadie lo viera llegar al edificio de enfrente ni salir del suyo; no tenía ningún vínculo con su vecina, ni siquiera se habían visto por la calle, los datos que sabía era porque alguna vez la siguió hasta el hospital y había averiguado sobre su vida muy discretamente. Se llamaba Erika, Erika que lo trastornaba de solo imaginarla, de solo soñarla metida en la ducha, pasándose el jabón por su piel exquisita, por su vagina, por sus nalgas duras, por sus senos perfectos, redondos, que los devoraba con su mente, - Erika...Erika...Erika... –
Mañana sería el día, en su cabeza comenzó a urdir el plan para llevar a cabo lo que tantas noches lo tenía desvelado, sería de él y cuando lo conociera a ella también le gustaría. Seguro que sí. Estaban hechos el uno para el otro.
Como a las 9 se levantó. Ese día no iría a trabajar, llamó a la compañía para dar parte de enfermo. En su edificio habían dos vigilantes, uno llegaba a las siete de la mañana y se iba a las cuatro de la tarde, el otro llegaba a las cuatro y cuarto y se quedaba toda la noche hasta el otro día en que volvían a cambiar el turno. Debía aprovechar una milésima de segundo para que no lo vieran salir; debería salir de allí a las cuatro y diez y escabullirse inmediatamente. Todo este plan lo tenía algo nervioso pero al mismo tiempo lo excitaba locamente imaginar el momento en que estaría con ella. Luego de salir del edificio debía encontrar la manera de entrar al apartamento de Erika antes de que ésta llegase y la allí la esperaría... "-Nena linda...como te deseo...-"
Las cuatro dieron en su reloj pulsera. Bajó sigilosamente por las escaleras, llevaba lentes oscuros, vio desde lejos al vigilante que estaba preparando sus cosas para irse, cuatro y diez comenzaba a dirigirse a la salida, cuatro y cuarto... el vigilante se fue hacia la puerta... él sin que el otro lo notara se abalanzó hacia la vereda y cruzó hacia el otro edificio ... nadie lo había visto... Respiró fuertemente, la primera parte se había realizado, se dirigió al edificio de Erika. Eran las cuatro y media, aún faltaba para verla, para tocarla, para hacer delicias juntos.
Todo iba perfecto, demasiado perfecto diría él, ya eran las cinco y dos minutos, la mujer llegaría como pasadas las siete, se dirigió a la puerta de entrada, justo cuando salía una vieja llevando con la correa a un chihuahua, el perrito quiso olfatearlo, eso lo puso nervioso...odiaba los perros... Disimuladamente dejó salir a la vieja y pasó, no hubiera querido ningún testigo, pero no había problema. Ya había averiguado cual era el apartamento de Erika, sin levantar sospechas, eran las cinco y media, quedaba como dos horas; subió por las escaleras para no encontrar a alguien en el ascensor, en el corredor del sexto piso no había nadie, solo se oían las voces de los otros apartamentos, niños que lloraban, el ruido fuerte de alguna televisión; caminó despacito hasta el 6-D, miró hacia los lados...nadie...sacó de su bolsillo trasero su tarjeta del banco, ya sabía como hacerlo...entró...
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