CRÓNICA DE UNA MUJER ENGAÑADA


Hacía tiempo que lo sabía, demasiado tiempo hacía que se estaba guardando el secreto, que se estaba tragando ese dolor, esa rabia; treinta años no podían pasar en vano, lo conocía más que a ella misma; cada gesto de su rostro, su forma de caminar; de pensar, de estornudar, de callarse, de gritar, cada cana de su cabeza ella se las sabía; en esa rutina de treinta años no había nada de él que no conociera; era el amor de un matrimonio como tantos, que han sobrevivido con alegrías y con penas, viendo crecer a los hijos, a los nietos, pero un amor también gastado por la rutina, por el tedio de verse todos los días, de hablar siempre de lo mismo; por eso, de tanto conocerlo se daba cuenta de que no era el mismo de antes. Cuándo empezó el cambio, hacía unos meses cuando dejó de tocarla, de hacerle el amor; cuando comenzó a evitarla con la mirada, a responderle con evasivas; esas llamadas extrañas, a llegar mas tarde en muchas ocasiones, ella estaba acostada cuando él llegaba pero se hacía la dormida, ya ni siquiera se acurrucaba detrás de ella. ¿Lo estaba perdiendo o ya lo había perdido?
Comenzó a mirarse al espejo, a encontrarse las arrugas, a mirarse los rollos que le sobraban de su vientre, sus senos más caídos; odió al espejo de porquería, odió su cuerpo de vieja cincuentona; lo odió a él y a esa hija de puta que se lo estaba robando. Ahora solo tenía lágrimas para apiadarse de sí misma, quizá era culpa suya también, quizá en algún momento se olvidó de su marido, de su hombre. Empezó a torturarse imaginándolos desnudos, besándose, haciendo el amor, apretó los párpados para olvidar esa imagen asquerosa, después lloró...lloró...lloró...hasta quedarse sin lágrimas.
¿Contarle lo que sospechaba? Nada podía hacer, el miedo de perderlo la paralizaba, antes que nada su matrimonio; tirar por la borda toda una vida de recuerdos, de vivencias, de construir juntos una familia, la casa, tirar todo para que una yegua se lo quede, jamás...cornuda consciente como muchas, pero lo tendría a su lado. ¿Adónde podría ir sin él? No quería ni pensarlo, sin él sería como quedarse sin la mitad de su cuerpo, sin la mitad de su vida, sin la mitad de su alma.
Todo seguiría igual, lo esperaría como siempre a la hora de la comida, lo recibiría con un "hola querido, como te fue hoy" , le alcanzaría el periódico, comentarían las noticias, las novedades del día, hablarían sobre los chicos, en fin, lo de siempre...comiendo en silencio, sin decirse mucho, pero allí lo tendría, frente a ella, junto a ella...disimulando su tragedia de engañada, haciéndose la boluda nada más, pero también odiando su mentira, su hipocresía. ¿Qué más podía hacer?
Lo sintió llegar a la madrugada, entrar en puntillas para no despertarla; sabía de donde venía, demasiados meses ocultando su verdad, solo para ella; tragándose una mentira que tenía nombre, bellos ojos y un cuerpo de veintitantos años; lo sintió sacarse la ropa, meterse entre las sábanas, pero alejado de ella, evitando darle su calor, su tibieza, al otro lado de la cama. Hubiera querido darse vuelta, apretarse a su espalda, sentir su olor, decirle que lo quería, que lo perdonaba. Quizá en la mañana hablarían, le contaría lo que sabía. No...para qué...tal vez lo perdería definitivamente. Se abrazó a la almohada para buscar el sueño, mientras dos lágrimas resbalaron de sus ojos.

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