LA PECADORA
“…el
que esté libre de pecado que tire la primera piedra…”
Quieren
saber quién soy? Soy una de estas tantas… una de esas que vagan por esta vida,
sin norte, sin brújula; ésa que lleva marcada sobre la frente una señal, para
que todos me rechacen, me escupan, me señalen, me tiren piedras, ésa que por
error, o mala decisión, torció el sendero de su vida. Tengo el oficio más viejo
del mundo… no es necesario adivinarlo. Llámenme como quieran, prostituta,
ramera, vaga, malandra, caminadora, callejera, como se les dé la gana. En este
antiguo oficio no hay nombres, apodos sí, mi nombre de batalla es Irene. ¿Que
por qué, cómo y cuándo llegué adónde estoy? Por todos los motivos y por
ninguno. Quizá también porque se me dio la gana. Quizá porque quise encontrar
una salida fácil a mis problemas. Quizá a causa este mundo hipócrita, puritano
y fariseo. Un mundo machista donde sólo ganan los hombres, donde todo el
derecho está a favor de los machos de la sociedad.
Lo
hice por todos los motivos menos por dinero, soy una callejera cualquiera, no
soy de lujo, cobro una tarifa normal, soy ave nocturna que se recuesta en el
poste de una avenida, de una esquina, a rifarme como una yegua en celo al
primero que pase en un auto; salgo cada noche a pelear con uñas y dientes mi
puesto en la avenida con otras p… o con los travestis; es en estas horas de la
madrugada donde se puede apreciar el verdadero submundo de los que viven fuera
de la ley, de la moralidad, de la decencia. Un submundo sin misericordia, sin
amor, sin compasión para el que penetre en él. Aquí no valen los sentimientos,
ni las lágrimas, aquí la vida humana no vale un céntimo. Todo lo más podrido de
la ciudad sale a la oscuridad de la noche, ésos que hacen llamar señores, salen
en sus lujosos autos a levantar a tipas como yo. Mayores y jóvenes,
depredadores que de día visten trajes de oficina, de ejecutivos, de banqueros,
de todos los rangos, en su mayoría casados, levantan a la que más les guste.
Aquí me encuentro sumergida, para servir como una esclava del placer y la
lujuria. Bueno, ya estoy acostumbrada a todo el degenerado que se me acerque,
viejos babosos, puercos, cerdos; tipos sádicos, chicos vírgenes, impotentes,
drogadictos, mafiosos, políticos, todos han probado mi cuerpo, con el único
objeto de cumplir sus fantasías sexuales, porque las mías no son asunto de
ellos ni de nadie.
Vivo
sola, tengo un apartamentito bastante agradable, soy puta pero limpia, adoro
los perfumes, sobre todo los franceses, las cremas; soy callejera pero me gusta
vivir como todo el mundo, con las comodidades, con confort, comer bien, hacer
ejercicio, me gusta la música, mirar novelas o películas; no terminé la
secundaria, porque siempre fui cabeza dura para los estudios, pero totalmente
ignorante no soy; la poesía me fascina, o ¿qué creen? ¿que por ser lo que soy,
no tengo mis hobbies, mis preferencias? Mi apartamento pequeño es todo mi
mundo, lo comparto con otra compañera que me ayuda sufragar los gastos. Eso sí,
aquí no entran hombres, este lugar es sagrado, sólo para mis seres queridos más
cercanos. Aquí descanso del libertinaje, aquí no soy esclava de nadie. Me pongo
mis shorts, mis franelas punks, me hago mi cola de caballo y soy la mejor ama de
casa, cocino una pasta a la carbonara estupenda, detesto las dietas, como lo
que tenga ganas de comer. De noche, vuelvo a ser p…, de día, soy una chica
podría decirse normal, apenas tengo treinta años, aunque a veces me siento de
sesenta cuando me deprimo o me amargo; vivo con un perro y una gata, ellos son
los que más me entienden, me cuidan, son los animales más humanos que haya
conocido. Los animales son los otros, los babosos de doce a cuatro de la
madrugada.
¿Alguna
vez alguien se habrá preguntado qué piensa una prostituta cuando está prestando
sus servicios? ¿Alguna vez alguien se habrá preguntado si esa ramera tiene
solamente una vagina, unas tetas, un trasero para usárselo? Me tildan de
pecadora, pero me pregunto yo, ¿quién pecará más, la que presta el servicio o
los que lo utilizan? Es verdad, es mi oficio, yo lo elegí, yo me metí en esto
sin que nadie me obligara, pero ¿y los babosos qué? ¿Ellos no son pecadores? A
lo mejor yo no soy tan prostituta como las otras. ¿Creen que no me gustaría tener
una familia, un marido, hijos? También puedo enamorarme, pero mi corazón no se
lo rifo a nadie; me enamoré una sola vez en la vida, vivimos algún tiempo
juntos. Él, Ernesto, quería que me saliera de este basural, pero cuando una cae
como yo, prostitución, drogas, alcohol, se entra fácil, pero para salir,
amigos, ya no hay regreso. Aunque me reencaminara, nunca dejarían de señalarme;
esa marca, una prostituta la llevará en la frente el resto de su vida. Una vez
tuve una amiga, muy querida, y tuvo la suerte o la bendición de conocer un buen
hombre. Se enamoró de ella, le propuso matrimonio y la sacó de esta cloaca
asquerosa, y le fue muy bien, tiene hijos, una linda casa, claro que, la pobre
tuvo que cambiar el nombre, irse de su ciudad. Hizo bien, la considero una
mujer valiente, y por eso la envidio, verdad que la envidio.
Otras
mujeres de mala vida, como nos llaman también, han tenido una suerte espantosa,
porque en este mundo de oscuridad, florece sobre todo lo peor de los seres
humanos, la maldad, la perversión, asesinos y sádicos abundan en manada. Muchas
de mis amigas aparecieron muertas en un cuarto de hotel, en un barranco,
violadas, acuchilladas, descuartizadas, pero como son prostitutas, la policía
no se esmera mucho en investigar sus casos, total la vida de una prostituta ¿a
quién le importa?. Mas bien, la mayoría piensa que nos merecemos un mal final
por ser esas mujeres sin derecho a ser salvadas; nos consideran el desecho de
cualquier sociedad, y puede ser que haya algo de cierto en eso, no defiendo lo
que hago, no me escudo detrás de ninguna excusa, al fin y al cabo es un trabajo
que elegimos por una decisión errada e irreversible; pero con eso nos ganamos
la vida, damos de comer a nuestras familias, pagamos el alquiler, la luz,
gastos médicos; desde que el mundo es mundo siempre hubo tipejas como yo. Antes
en la antigüedad nos lapidaban, nos quemaban en la hoguera, ahora es otro tipo
de inquisición la que nos juzga, la que nos aniquila, la que nos margina. Es la
inquisición de una ciudad sin Dios, de los que se sienten mejores que los
demás, de la gente falsa que no le importa un comino del prójimo, que tira una
limosna de lástima en las misas y después salen a la calle a hablar mal de
otros, a juzgar a quien no conocen. No crean que voy a hablar mal de la
religión, porque es precisamente en la iglesia donde en muchas ocasiones
encontré refugio, ropa, comida, y ayuda para liberarme de las drogas y el
alcohol; mis mejores amigas después de mis mascotas, son unas monjitas con las
que compartí algunas etapas de mi vida. Ellas atienden el hogar para las
mujeres extraviadas, Sor Mariana, ella intentó enderezarme, lo intenté, y lo
sigo intentando, siempre recuerdo sus palabras “no vendas tu cuerpo, tu cuerpo
no es tuyo, es templo de Dios”, pero ya les digo es imposible salvar este
cuerpo cuando se está metida en este pozo sin salida; es como un remolino que
nos hunde más y más en el abismo. En el fondo es miedo, pienso, miedo a
encontrarme con mi conciencia, miedo a mirar hacia atrás, a encontrarme conmigo
misma. La gente me juzga sin saber lo que siento, sin saber quién soy, me
condenan a una morir en una hoguera eterna, no los culpo, soy otra libertina
más que ha contribuido a corromper sus vidas, sus calles, su oxígeno, sus
maridos; aunque ser p… no significa ser mala, nunca le he deseado mal a nadie,
ni le hecho mal a nadie, excepto a mí misma; yo me condeno más que ellos, me
prohíbo buscar otra vida mejor, soy pecadora sin perdón, mostrando sus nalgas,
ofreciéndose al mejor postor, el vicio es mi droga, mi único oficio para
sobrevivir. Lo hago porque me gusta o porque ahora ya no me queda más remedio.
Sin embargo tengo mis momentos de tristezas, de nostalgia, tengo los sueños de
cualquier mujer, ganas de salirme de este lodazal, cambiar de nombre y esconderme
en el fin del mundo.
Sé
que si hay alguien que pueda ser capaz de sacarme este infierno de las calles
es Sor Mariana, una santa anónima que pocos conocen, una ser excepcional que ha
sabido enseñarme así como a otras como yo, que la vida no es sólo ésto, viejos
puercos babosos que al terminar de hacerme sus porquerías, o exigir que se las
haga yo (porque en este negocio no se pide, se exige), me tiran el dinero en la
cama y se van sin darse vuelta, sin preguntarme cómo me llamo, si lo he pasado bien,
si desean verme otra vez, si tengo hambre, si no estoy enferma, la verdad una
p… les importa una soberana mierda, perdón, sólo sé hablar el lenguaje de la
calle; eso sin contar las palizas qué me han dado, (empezando por el proxeneta,
que controla mis ganancias, ése sí que es malo, un ser siniestro), cuando no
quedaron conformes con mi servicio, o cuando les cobro más caro; la verdad, si
hay algo que odio en este mundo es a esos gordos, borrachos y viciosos que
derraman su semen inmundo sobre mí y al día siguiente son capaces de ir a
comulgar a una iglesia; si hay algo peor que esos patanes no tengo idea.
A la
iglesia me da cómo cosa entrar, nunca fui demasiado creyente, he ido alguna que
otra vez, y las veces que he entrado, nunca los domingos, no me daban ganas de
salir. Me daban ganas de quedarme horas y horas sentada en el banco, respirando
ese perfume especial que hay en un templo. Perfume de paz, de reflexión, de
cirios, de silencio, “perfume de Dios” lo llamaría yo. Quedarme un rato mirando
las imágenes que me miran mudas, con una expresión tan viva en sus rostros, que
no pocas veces me hicieron llorar; que al mirarme parecieran decirme: ”hija
vuelve siempre, te perdono, te amo, te amé siempre”, eso me lo dicen los ojos
de la Inmaculada, de Jesús Crucificado, del Divino Niño. Pero soy tan cobarde
que salí corriendo esas pocas veces. Ese miedo a mí misma que me aterroriza, me
hace cobarde, me hace negar toda idea de salvación, de acercamiento a Dios. Es
horrible, pero es así, quizá porque me siento muy sucia por dentro, muy
corrompida, pienso que Dios no se merece a alguien como yo, o mejor dicho, yo no
merezco a Dios. Él tan puro, tan perfecto, yo tan pecadora. Incapaz de huir de
esta vida que no es vida, que es una muerte diaria, que como una lepra va
pudriendo mi corazón… No sé si otras que han elegido este camino sienten lo
mismo; al menos yo tengo este sentimiento. Y hasta a veces me da por presentir
que mi final no será feliz. Podría ser de dos maneras, acabar vieja y sola sin
ninguna compañía, o muerta destripada en una zanja… Nunca se sabe lo que se
puede encontrar en estas calles malolientes; nunca se sabe lo que levantaré en
la próxima esquina… Porque no hay muchas maneras de terminar en este oficio. Lo
cierto es que nunca tendremos un final feliz. Una vez vi esa película “Pretty
baby” era como un cuento de hadas de una prostituta, que encuentra un
millonario que la saca de su submundo. Si me hizo reír, me hizo acordar un
poquito al caso de mi amiga, eso le sucede raramente a mis compañeras. ¿Quieren
que les diga?, podrán encontrar su príncipe azul, que las rescate, que las
salve, pero nunca dejarán de ser lo que son. Nadie se convierte de la noche a
la mañana. El pasado siempre nos persigue adonde vayamos. Igual les deseo mucha
suerte porque se la merecen.
Por
si acaso siempre llevo colgado un crucifijo pequeño de madera, regalo de mi
monjita amiga, que por pedido suyo nunca me lo quito ni para bañarme. Lo
llamarán superstición, o como quieran, pero si no lo llevo puesto siento que me
falta esa protección divina que tan solo El puede dar. Eso es lo que más me
hace sentir bien con Dios, con Jesús, que si es verdad como dicen las monjitas,
perdonó a todas las Magdalenas que vivimos del pecado. Pero Jesús fue uno solo
y tiene muy pocos imitadores. Pienso que Dios no importa en este lugar de la
tierra, ni en toda la tierra. el hombre es un ser implacable, sobre todo cuando
se sienten poderosos. Mientras tanto sigo deambulando en esta ciudad, caminando
perdida como mi propia alma, sobreviviendo como una pecadora entre otros
pecadores. Sin esperar, sin buscar, embarrándome cada día entre la suciedad de
los hombres. No los culpo a ellos, nacieron así, como nací yo, eligieron la
perversión como la elegí yo. Condenados a vagar en su Sodoma y Gomorra, situada
en cualquier parte del mapa, condenados porque queremos; de día ellos son
inmaculados caballeros, y yo una chica solitaria que le da de comer a su perro
y a su gata. En algún lugar vive una parte de mí que no se encuentra, una niña
perdida que se extravió en sí misma, que por mala elección se equivocó de
puerta. En alguna iglesia hay todavía una imagen hablándome, “regresa, hija,
arrepiéntete y no peques más”. Quisiera volver, arrepentirme, renacer con otra
alma, ¿encontraré ese camino? Quizá esta crucecita me lo indique alguna vez, la
beso, la aprieto con fuerza para no perderla y retorno a las calles de mi
perdición….
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