N I N A



La conocí una tarde abril en un parque, era otoño, cuando los árboles y las hojas se tiñen de dorado. Fue una tarde de esas que la vida parece detenerse; cuando la vi, también se detuvieron mi oxígeno, mis latidos. Fue como una aparición, ella también me vio y sus ojos me dejaron eclipsado, eran como dos soles ardientes, dos estrellas doradas que atravesaron mi alma, mi cuerpo; desde esa vez no pude alejarme de ella. Yo le dije –Hola; ella respondió con otro: -Hola. Observé su rostro, tan bello, como extraído de un cuadro de Boticelli. Su piel tersa, blanca, su nariz pequeña y recta, sus labios rojos, carnosos, que provocaban morderlos. Devoré los hoyuelos que se marcaban al costado de su boca cuando sonreía; desde ese momento la amé, la adoré, la veneré. Esa tarde nos miramos y seguimos caminando juntos. Fuimos a tomar un café, mi fascinación por ella se aceleraba, se desbordaba sobre la mesa; me tenía idiotizado, hasta hoy no puedo comprender como una persona puede ejercer tanto dominio sobre otra, ¿qué tuvo ella, qué vi en ella para haberme convertido después en lo que fui?


No me pregunten sobre su vida, porque siempre fue y será un misterio, para mí sólo fue Nina, una muñeca de carne y hueso, que me atrapó en las redes de sus brazos, de los cuales nunca más pude escapar. Tomamos un café y otro y otro. Estuvimos allí hablando de no sé qué. Mientras conversábamos sus ojos dorados y enigmáticos giraban, acariciaban, me envolvían, decían todo lo que deseaba saber. Nuestras manos también hablaban entre sí, sin pensarlo se rozaban, agarré sus finos dedos y los guardé entre mis manos, los apreté tanto que la hice gemir. El contacto con su piel comencé a volverme loco. Nina… Nina… Nina… Todo es ahora un vago recuerdo.

Anocheció después y seguimos caminando, perdiéndonos en la noche, sin preguntarnos nada, ya sabíamos adónde nos dirigíamos, desde que se cruzaron nuestras miradas, solamente podía haber un lugar donde acabaría o continuaría nuestra relación. Ella me llevaba, yo sólo la seguía como un autómata, desde que la encontré el mundo pareció dejar de existir; olvidé si tenía mujer, si tenía hijos, madre, hermanos, quería que solo estuviera ella, mi amada Nina, mi adorada Nina; la noche era fresca, la brisa traía olores mezclados, pero únicamente podía sentir el perfume de su piel, el aroma de su pelo largo y sedoso; llevaba puesto un vestido, que al vaivén de sus caderas, delineaba su trasero, ¡cómo la deseaba! y en pocos segundos sería una realidad; entramos a un cuarto, un motel que también olvidé donde queda, qué importancia puede tener el nombre del motel. Entramos, no encendimos todas las luces, sólo la luz del baño, allí nos derrumbamos en el lecho, la deseaba tanto que no sabía cómo acariciarla, no sabía si tenía derecho a profanar la belleza de su cuerpo. Nina fue la que tomó la iniciativa, ella comenzó a desvestirse, a invitarme a acariciarla, con sus dedos acarició sus senos, su vientre, más abajo… ya no pude más… di rienda suelta a mis instintos de fiera, caí sobre ella, devorando cada poro de su piel, sus pezones, toda ella, hasta llegar al centro de su excitación. Nina… Nina… Nina… al acariciarla, al tocarla, al excitarla, su nombre era lo único que salía de mis labios, la excité, la llevé al paroxismo del placer, hasta que sentí que explotaba, entonces allí la penetré una y mil veces. Hoy creo que más que hacerle el amor la violé, así la quise y la poseí, como un loco desesperado; como un vampiro deseaba lamer su sudor, su aroma, su sangre, su olor a hembra en celo. Ella no sé qué sentiría por mí, gemía entre mis brazos, luchando y entregándose al mismo tiempo; dándome el placer y la lujuria que ni en mis más absurdas fantasías podía imaginar. Mucho después, casi al amanecer nos quedamos dormidos, abrazados, desnudos, apretando nuestros cuerpos, yo seguía soñando que seguía haciéndole el amor; esa noche pensé que dejaría la vida que tuviera por estar con ella. No podía ya vivir sin Nina. La necesitaría para alimentarme de su cuerpo y de su amor cada noche. Un solo momento bastó para amarla. Un solo momento bastó para perderla.

Cuando me desperté quise palpar su pelo, besar su cuello, tocar sus senos para excitarla nuevamente. Pero así como uno se despierta de un largo sueño, así fue mi despertar sin Nina. Estaba solo y abandonado en el lecho. No estaba, se había ido, me incorporé de un salto, la llamé pensando que estaría en el baño, desapareció como si se la hubiera tragado la tierra. Me vestí rápidamente, no supe si gritar, si llorar, si patear a todo el mundo; me sentí burlado, estúpido, un monigote usado en una noche de pasión; no podía ser, ¿de qué cuento había surgido esa mujer, con rostro de ángel y ojos de bruja? Nos amamos una sola noche, ahora Nina se había evaporado… Me sentía abrumado, desolado. Comprendí que no había significado nada para ella. Nunca supe de su vida, como dije, nunca pude comprender si fue realmente, un ángel o un demonio. O las dos cosas. Supe al mismo tiempo que nada podría detener el huracán que esa mujer había desencadenado…

Regresé cabizbajo a mi hogar, casi arrastrándome, de vuelta a mi trabajo, a mi aburrida rutina, continué viviendo, mas en mi mente un pensamiento me atormentaba, me perseguía, un nombre se repetía como un eco en mi cerebro. Nina…Nina…Nina… No podía olvidarla, ni arrancarla de mí, la vida debía continuar y no sabía cómo continuarla. Sin ella me faltaba el aire para vivir. Tenía que encontrarla, preguntarle por qué, de qué se trataba todo esto. Quería obligarla a que se disculpara, pero no había modo de averiguar su paradero. Fue un sueño fugaz de una noche loca y apasionada de sexo, un encuentro inverosímil, y yo… ya no sabía quién era yo, me miraba al espejo y no me reconocía, me sentía envejecido, me miraba como a un extraño; con el pasar de los días me convertí en una especie de zombi vagando por las calles, repitiendo estúpidamente su nombre. Y entonces la odié, la odié con todo lo que era capaz de odiar, me lo dio y me lo arrebató absolutamente todo en un instante. Algo comenzó a crecer en mi interior… una furia, un instinto desconocido que comenzó a poseerme igual que lo hizo ella; Nina me había convertido en lo que era, animal más que hombre, un muerto viviente, un pobre diablo, un pelele que soñó ser el dueño de su alma, su amante, su hombre, un imbécil iluso queriendo acabar su pesadilla, porque esto tenía que terminar de alguna forma. Esa rabia fue mi alimento diario para recordarla, el incentivo para buscarla donde fuera, sentía un deseo por Nina, pero más que un deseo de adorarla y poseerla, era un deseo de aniquilarla. No quise luchar contra mis demonios, su recuerdo se fue volviendo obsesión. Nina se sintió con derecho a robarme mi vida. Yo también decidí que tenía el mismo derecho a robársela. Y para siempre…

Así continué pasando mis días, preguntándome mil formas y maneras para volver a encontrarla, entonces recordé el café, donde estuvimos sentados, donde los remolinos de sus ojos me envolvieron para tragarme hasta el fondo del abismo. Y la odié más… Me dirigí al café; dicen que el criminal siempre regresa a la escena del crimen. ¿Ella regresaría también? Porque en ese lugar es donde Nina planificó arruinarme. Fui ese día, otro día y todos los días. Entonces un atardecer la vi, sentada en una mesa tomando café con otro hombre… Maldita. Puerca. Asquerosa. Puta. Ramera. Ya tenía otra víctima en su telaraña. Me quedé a la espera, afuera, para poder seguirla. Pasaron dos horas, ya había anochecido igual que la otra vez. Salieron los dos tomados de la mano igual que la otra vez; todo me sonaba a deja-vu; yo en calma, sereno, frío, en mi mente crecía una sola idea poquito a poco, crecía en mi mente una ira acerada y helada, una ira que iba tomando forma de puñal, de revólver, de cualquier objeto que matara, pero me dije no… con mis manos la hice mía, con mis manos la aniquilaré para que no vuelva a burlarse de nadie más, para que no arruine a nadie más.

¡Y qué casualidad, que los seguí hasta el mismo motel!, ¿irían al mismo cuarto? De repente me imaginé que ese imbécil era también yo. Uno igual a mí pero con distintos zapatos, otro autómata que se dejó arrastrar, siguiéndola como un perro a una perra calentona, siguiendo su perfume caro de prostituta de lujo. Mi piel sudó frío, ira y celos…sobre todo celos… Los vi tomar el ascensor, que comenzó marcar los números de los pisos, uno…dos…tres…cuatro… se detuvo allí también: ¡nuestro mismo piso! Mujer diabólica, víbora enroscada, callejera barata, sentí que mis ojos escupían llamaradas de veneno, de odio acumulado a través de los días que estuve sin ella. Subí lentamente… Nada me detendría. Sabía dónde estaban… No volverías a escaparte zorra... Toqué la puerta, una, dos veces, pasó un minuto… silencio… toqué otra vez… -¿quién es? dijo una voz- no contesté, volví a golpear esta vez más insistente, abrió el cabrón de mierda, estaba semidesnudo, cuando me vio se me quedó mirando, quiso cerrar la puerta súbitamente al ver que era un extraño, pero no perdí el tiempo, quise sorprenderlo, él no tenía la culpa, pero se había metido con algo que era mío, lo agarré, lo empujé hacia dentro le di una patada en los huevos, en la cabeza, otra patada en el culo y lo arrojé del cuarto. Cerré la puerta. En la cama, absorta, mirando la escena con el cabrón estaba ella; la mujer que amé una sola noche, el objeto de mi adoración, estaba en el mismo lecho donde fue mía, ahora sucia de sexo y lujuria entregándose a otro. Sus ojos esta vez no se arremolinaron, ni me hipnotizaron, no daban crédito a lo que veían, estaban paralizados de terror, de pánico. Nina comprendió que sus minutos estaban contados. No pensé más, no la dejé hablar, ni le pregunté por su abandono. No tuve memoria, ni cerebro para pensar: en una fracción de segundos mi ira ciega y descontrolada se desbordó sobre la desgraciada que arruinó mi vida, no llevé armas, para qué si tenía mis manos, que la agarraron por el cuello y la estrujaron con una fuerza descomunal, bestial; esas manos que fueron esclavas de su cuerpo, ahora serían el verdugo que la mandaría al más allá. Seguí apretando su fino cuello, hasta sentir que su último aliento escapaba de su garganta, se fue poniendo morada, en instantes sus ojos brujos se volvieron hacia atrás, quedaron blancos… Y allí la solté, estaba lívida, con sus ojos inexpresivos, sin vida, dos estrellas apagadas y la boca abierta, en su rostro quedó una expresión terrorífica, mirando al vacío, su cuerpo desparramado entre las sábanas aún tibio quedó sobre la cama; hubiera querido besarla por última vez, arrancar de sus labios algo de vida, era inútil, la presa de mi cólera enceguecida, era ahora un cadáver. Me quedé con ella sentado a su lado, con mis ojos secos, sin poder llorar, sin importarme nada, si había sufrido, nada… Fuimos dos víctimas del destino. Adiós Nina de mi alma… te amé tanto como te odié, te odié tanto como te amé. Fuiste el principio y el final de mi amor y de mi vida. No quise escapar, ni correr, me quedaría esperando a que me buscaran. Seguramente el cabrón fue avisar enseguida a la policía. Me entregaría. ¿Qué importaba nada si Nina ya no estaba? Ella se lo llevó todo.

Esa fue mi corta historia de amor, la maté porque la quise locamente, porque no pude soportar saberla en brazos de otro, la deshice entre mis manos estrangulándola. Del hombre tranquilo que fui, pasé a ser un asesino implacable, un psicópata, un ser despreciado por todos, sin embargo, ni con todo el mal que desaté pude matarla dentro de mí, no pude olvidarla; entre mis remordimientos vivirá acosándome, culpándome, sus ojos como nunca viven ardiendo en mí, como una hoguera. Hoy estoy aquí, en esta oscuridad pagando mi condena, sin ver el sol, sin saber qué día es, envejeciendo con el correr del tiempo. Nada espero, nadie me espera. Fui el arquitecto y el destructor de mi destino. Todos los recuerdos buenos se van esfumando, nadie viene a verme, nadie pregunta por mí. Mi mundo es ahora una celda sombría, vivo en el propio infierno de mi encierro y mis remordimientos. No sé todavía si Nina fue una alucinación de mi mente, si la imaginé, o si tal vez ella fue parte de un sueño del cual no logro despertar. Ya no me quedan motivos para vivir, sólo ver pasar lentamente los días, dentro de las rejas de esta cárcel, donde se extinguirá mi vida poco a poco. Y desde esta tumba , me aferro a los barrotes, repitiendo un nombre que como un eco trae la brisa mezclada de olores, Nina… Nina… Nina...

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