LA CLARIVIDENTE - CAPÍTULO I




El hogar de la familia Nelson era muy sencillo; de condición humilde, pero sabían vivir con lo que ganaban, papá Boris, pescador de profesión, hombre de complexión fuerte, manos rudas, llevaba cada tarde su balde repleto de pescados para vender y para el sustento de la familia; mamá Clara, medio gordinfla, arrastrando el peso de sus cincuenta y ocho años, bastante abandonada en su aspecto, vistiendo unas alpargatas y una bata vieja; los trabajos en el hogar, los hijos, el marido, poco tiempo y ganas le quedaban para mirarse en un espejo. Tuvieron cinco hijos, dos varones, tres mujeres; en escalerita, todos seguidos; la vivienda era una chocita de madera que Boris Stogonoff, de ascendencia rusa, construyó al lado del río. Su vida era común, sin comodidades, pero tenían esa alegría que solamente conoce la gente pobre; vivir sin presiones, sin angustias, sin el materialismo que existe en los demás. Boris, Clara y sus cinco muchachos. Una casa pequeña, de madera, un río, los árboles, los pájaros, y el amanecer y anochecer de cada día. No necesitaban nada más. Los niños iban a una escuelita que quedaba a dos kilómetros, al menos llegarían hasta el sexto grado, luego los varones aprenderían el oficio del padre. Al mediodía era la hora sagrada para reunirse todos a la mesa a disfrutar del delicioso pescado que Don Boris proveía cada semana en el hogar, servido con arroz o en una suculenta sopa con verduras. A pesar de su humildad, su fe siempre se mantenía firme e inquebrantable, antes de dar comienzo el padre bendecía los alimentos dando gracias a Dios.


Ese mediodía había mucha algarabía, risas, Don Boris en la cabecera mientras Clara iba y venía con los condimentos, el agua, la sal, el perro y el gato también como miembros de la familia, esperaban impacientes el turno para ser convidados. El aroma al pescado frito llenaba el comedor.


-Pásame la sal Anita

-Alex, siéntate bien, no pongas los codos en la mesa- se dirigió Boris. ¡Mujer por qué no te sientas de una vez, siempre lo mismo, cuando estamos acabando es que tú te sientas a comer!
-Ya viejo, no gruñas, ¿cómo está ese dorado?
-Rico mami, mmmmm, para chuparse los dedos – decía una vocecita suave.
-Lisette por qué no estás comiendo? Hasta que no termines no te levantas de la mesa.

Lisette la penúltima de ocho años, miraba a todos comer, esa mañana estaba un poco calladita, en realidad su forma de ser era un poco retraída.

-Papá, no me gusta el pescado, tiene muchas espinas. Me comeré solamente las verduras.
-Vamos niña, yo te ayudaré le sacaré las espinas a tu pescado pero me haces el favor y te lo comes. – le dijo su madre Clara. –Pero te veo como medio rara, ¿qué te anda pasando? ¿estás enferma?
-No mami, no estoy enferma pero me siento un poco triste.
-¿Y eso? –Don Boris frunció el ceño – Todos pusieron sus ojos en la niña preocupados también.
-Es que me siento así, muy triste, -pequeñas lágrimas aguaron sus ojos- el hijo de los Román va a morir mañana.

Don Boris se atragantó, lo que le provocó una fuerte tos; a Clara se le cayó el vaso de las manos. Los demás niños se miraban unos a otros. Nadie entendía nada.

-¡Pero qué estás diciendo muchachita! ¡Acaso te volviste loca! Tú debes tener fiebre. Hazme el favor y sube a acostarte a tu cuarto. ¡Hábrase visto, por Dios!

No se volvió a hablar del tema. Lisette se quedó en su cuarto, llorando, y sin entender ella misma por qué había dicho tal cosa. Solamente pensó en lo que su mente había visto el día antes: Al pequeño Esteban Román de cinco años hundiéndose en el río.
A la mañana siguiente, muy al alba, Boris preparaba sus anzuelos, su caña y sus redes para comenzar su jornada. Era sábado, por lo que no habría escuela, las niñas mayorcitas ayudarían a mamá en los quehaceres de la casa, los varones a sacar la basura, nadie en la casa estaba nunca ocioso. Lisette y Anita de cuatro años, jugaban en el patio trasero, saltando, e inventando sus juegos de niñas. De repente Lis, como le decían a veces, empezó a ver imágenes, que iban y venían, como luces parpadeantes chocando en sus ojos, alguien cayendo por la colina… un niño… agua… mucha agua…. el niño se hundía hasta las profundidades del río. Sus pulmones se llenaban de agua. Ya no veía vida en él. Mamáaaaaa, el niñoooo!!! se ahoga!!!! ¡¡¡ se ahoga!!! Clara corrió hacia ella abrazándola, pero Lis convulsionaba en un ataque de nervios, descontroladamente.

Esa tarde esperó ansiosa el regreso de su marido, para contarle lo que había pasado, habría que llevar a la niña a un médico, a alguien que la revisara, tenía miedo que se le estuviera volviendo loquita, su niña tan pequeña, era imposible. Pero Boris tardaba más que otros días. ¿Qué pasaría? El nunca llegaba tan tarde. Ya iba ocultándose el sol, Dios mío, que no le hubiera pasado nada. Quizá no tuvo buena pesca y se quedó otro poco más para no volver sin nada. Pero a estas horas ni siquiera tenía lumbre, ni siquiera había luna llena, frotaba sus manos ansiosa, mirando el camino por si lo veía venir. Como a las nueve de la noche ya había acostado a todos los hijos, se quedó limpiando los trastos, poniendo orden en su cocina, cuando sintió la puerta que se abría lentamente. Apareció Boris, empapado de pies a cabeza, casi sin moverse cerró la puerta y se quedó parado, estático, mirando el suelo.

-¡Viejo! ¡Qué te pasó por Jesucristo nuestro Señor! ¡Pero si estás hecho una sopa!
-Ni te imaginas mujer, ni te imaginas. Estaba pescando hoy, me fui con el bote un poco más allá de mi sitio preferido, un poco más cerca de los Román, cuando vi un tumulto de gente gritando, entrando y saliendo del agua. Les grité: ¿qué pasa? ¿Necesitan ayuda? –Alguien me gritó enloquecido, Esteban, el más pequeño, cayó al río, no lo encontramos. Solté mi caña, todo… y me tiré para unirme a la búsqueda. Hace tres horas lo encontramos, con la cabeza abajo, flotando en el agua… muerto…
-¡¡¡Ay Señor!!! ¡¡¡No puede ser!!! ¡¡¡Qué horror!!! Viejo, Lis justamente tuvo una crisis hoy al mediodía, gritaba desesperada que veía en el agua, a alguien ahogándose… Viejo, acuérdate de ayer en la mesa, ¿cómo pudo saberlo?
-No sé, mujer, tendremos que hablar con ella, que algún médico la vea, le hagan algunos estudios; yo seré ignorante, pero estoy seguro de que eso fue una premonición.

Así comenzaron para Lisette sus primeras visiones de clarividente. Un don que no la abandonaría en toda su vida, y que pasaría a formar parte de la vida de muchas personas.

Como a las seis de la mañana Verónica Marall se dio una ducha; ese día se lo dedicaría todo para ella, saldría a caminar, trotar un poco; al mediodía tenía un almuerzo con sus dos amigas del alma, Patricia y Adriana, las tres eran una fórmula explosiva, “las tres mosqueteras” así les decían en la universidad. Cuando una estaba en apuros las otras se presentaban de inmediato, eran jóvenes, tres adolescentes de 18 y 19 años, Verónica comenzaba sus estudios de medicina, Patricia, odontología y Adriana informática. Ese mediodía tenían previsto almorzar para planificar las vacaciones de julio, o ir a una excursión a las montañas, o un crucero por el Caribe, o una gira París-Madrid-Lisboa. Aun no sabían, tirarían a cara o cruz, o un sorteo con papelitos, cualquier cosa, pero alguna parte irían, en búsqueda de aventura, de romance, de lo que el destino les ofreciera. A la noche aún no tenía decidido, si aceptar la invitación de David, o de ir a casa de sus padres para darles una sorpresa. Por lo pronto, salió de la ducha y mientras se iba vistiendo, fue a la cocina a preparase un croissant con jamón y queso, y unos huevos revueltos. Se puso el mono azul y blanco, las zapatillas rosadas, y su vincha negra de karate para atajarse el pelo en la frente.

Sonó el teléfono pero no lo atendió, esperó a escuchar el mensaje para ver quién sería:

-Vero, es Patri, dónde andas loca? Ya saliste? Quería contarte algo…
-Epa, boba, soy yo, estoy saliendo –Verónica había agarrado el tubo.
-Tan temprano? No quieres que te acompañe? La misma ruta de siempre?
-No, ya me voy, de regreso te llamo. Como a las once estoy de vuelta. ¿Y qué es eso que querías contarme?
-No, mejor te lo cuento personalmente. Te espero, no tardes loquita, ¡¡corre bastante!! te voy a extrañar!!
-¿No digo que eres una boba? Ni que me fuera a escalar el Everest. Nos vemos bobitaaaaaa. Te quiero muchoooooo.

Verónica terminó su desayuno, agarró su celular, su Cd, sus audífonos, no se olvidaba nada. A las once estaría de regreso.
El teléfono comenzó a sonar a las once y cuarto, habló la voz de Patricia:

-Bueno loquita que pasó, ¿todavía no llegaste? ¡¡¡Apúrate que tenemos que hablar!!!

El aparato siguió sonando de hora en hora, ya la voz de Patricia no parecía feliz:

-Amiga, ¿pero qué pasa contigo? Te estoy llamando a tu celular y tampoco responde, ya me estás asustando ¡¡¡caray!!! Si no me llamas dentro de una hora me voy a enojar contigo, de veras. Adriana también te está llamando y tú nada ¡¡¡caray!!!

Siguió sonando el timbre del teléfono hasta la madrugada. Adriana y Patricia se presentaron en el apartamento de su amiga, tocaron el timbre, pero nadie atendió. ¿Qué había pasado con Verónica? Ella no era así, nunca fallaba a sus compromisos, si decía que volvía a tal hora, a tal hora volvía. Algo no andaba bien. Solamente sabían que alrededor de las 6.30 o 7 de la mañana había salido a trotar al Parque O’Higgins, y que después regresaría como a las once a.m.; que quizá se reunirían las tres para planificar el viaje. Después de ahí se perdió su pista. Las jovencitas decidieron esperar hasta la seis pm. Si no había noticias llamarían a sus padres. Verónica vivía sola en ese apartamento que sus padres le alquilaron para estar cerca de la universidad. Las otras dos chicas vivían con sus familias, aunque la mayor parte del día se lo pasaban en lo de su amiga para dormir a veces, o para estudiar durante el día.
El celular de la chica Marall no volvió a contestar. Como muerto. Las dos amigas recorrieron el parque O’Higgins, por si la encontraban, pero era un parque muy extenso, con muchos árboles y callejuelas, a las 5 de la tarde lo cerraban. El cielo se tornó más oscuro, las dos adolescentes regresaron a la parada del autobús, tomadas de la mano, como dándose fuerzas. Ese cielo sombrío y sin estrellas, traía malos presagios. Verónica Marall estaba desaparecida.

En casa de los Marall estaba todo tranquilo, el reloj dio las 7 de la noche, cuando la criada le anunció a Beba Marall que tenía una llamada.

Beba atendió enseguida: -¿Si, quién?

Una voz insegura y apagada habló desde el otro lado de la línea:

-Sí, Beba, soy yo Patri
-Querida, ¿cómo estás? Me sorprendió tu llamada. ¿A qué se debe ese milagro?
-Quería preguntarle, por casualidad, ¿Vero está con ustedes?

Beba se quedó asombrada de esa pregunta. Su Nanni, ¿cómo iba a estar con ellos?

-No querida, ¿por qué me preguntas? Pero tú deberías saberlo mejor, tú y Adriana. Me quieres explicar? No se supone que ustedes se la pasan juntas.
-Si… ejem… lo que pasa es que como Vero me dijo que tenía reservada una visita sorpresa para ustedes. Y bueno… esta mañana hablé con ella por teléfono, se estaba vistiendo para ir a trotar y bueno…
-Patricia, ¿qué pasa? Te siento como nerviosa. ¿Y entonces? ¿No has ido a su apartamento?
-Si fuimos, se suponía que regresaría como a las once a.m. Llamamos a su celular y no responde. En el departamento no hay nadie aparentemente. Fuimos al parque también pero no la hemos visto. No quería preocuparla, pero como ya son las siete, no sabemos qué hacer. Y pensamos que podría haber ido hasta allá.

Beba calculó las horas, desde las once de la mañana hasta las siete de la noche, es mucho tiempo, no quería alarmar a la familia todavía, solo consultaría con su marido. El miedo se metió por sus poros. No quería ni imaginar, no quería pensar en lo que estaba invadiendo su mente. Tenía que conservar la calma, la serenidad.

-Está bien, querida, yo te llamaré, creo que lo mejor será que viajemos hasta allá, es un viaje de cuatro horas, así que estaremos llegando a la madrugada. Le rezo a Dios que para ese momento haya aparecido. ¡¡¡Ay esa niña!!! ¿Dónde se habrá metido? ¿No habrá salido con alguno de sus amigos?
-Le preguntamos a David, pero al parecer, él no la vio en todo el día.

Ya habían pasado veinticuatro horas después de la desaparición de Verónica; Beba y su marido, Jean-Claude, salieron presurosamente a la estación de policía; iban tomados de la mano, consolándose mutuamente, dándose ánimo y esperanza de que su hija aparecería en cualquier momento. En la oficina del capitán los esperaba el Inspector Kossi, quien los recibió amablemente, se encerraron a puerta cerrada. El inspector cerró las cortinas y pidió que no le pasaran llamadas. Tristán Kossi era un hombre blanco, tenía unos cincuenta y ocho años, de contextura fuerte, vestía una camisa celeste de manga corta, llevaba puesto un chaleco antibalas, bluejeans, tenía algunas pecas en la cara, pelirrojo, ojos muy azules; pero no se parecía en nada a los detectives de la televisión; les pidió que se calmaran y que fueran respondiendo a sus preguntas, con toda la sinceridad posible.

-¿Cuándo fue la última vez que la vieron?
-Nosotros vivimos en Lago City, como a cuatro horas de este pueblo; a nuestra hija la vimos por última vez hace tres meses, ella estudia en la Universidad, por eso se vino a vivir a Loma Verde; le alquilamos un apartamento pequeño, que compartía muchas veces con sus dos amigas, Adriana y Patricia.
-¿De qué hablaron la última vez?
-Pues, de sus estudios, de sus proyectos, de asuntos familiares, nada fuera de lo común. Ella era muy alegre (inconscientemente habló en pasado, como si ya no viviera), perdón quise decir, es una chica alegre, divertida, optimista, como todas las chicas de su edad. Tiene 19 años.
-¿No tiene ninguna sospecha de que quisiera suicidarse, o quisiera huir hacia otro lado?

Beba no entendió esa pregunta, o el inspector no la entendió a ella. –Le digo Inspector, que era una niña optimista, sólo quería terminar su carrera de medicina y trabajar en alguna clínica, o poner un consultorio privado.
-Disculpe, señora Marall, debo hacerle todas estas preguntas que son de rigor, para desviar cualquier sospecha, usted conoce a su hija, pero yo no. Hasta ahora no se ha encontrado ninguna evidencia de violencia, o de algo peor. ¿Tenía novio? ¿Conocía chicos?
-Eso se le pueden responder mejor las amigas, a mí en realidad no me contaba mucho sobre sus amigos; ya saben cómo son las jovencitas, por teléfono no había mucha oportunidad de hablar mucho sobre su vida personal.
-¿Mientras vivió con ustedes no hubo nunca peleas familiares? ¿Alcoholismo? ¿Drogas?
-Jamás Inspector, jamás. Es una niña decente, sana mental y físicamente.
-Sí señora, pero tiene diecinueve años. Usted misma ha dicho que no conoce mucho de su vida personal.

Beba sentía que perdía la paciencia, sus ojos se le llenaban de lágrimas. Jean-Claude la abrazó y la besó hablándole al oído –Cálmate querida. Todo se va a solucionar.
-Bueno señora Beba, señor Jean-Claude, por ahora no haré más preguntas. No quiero que se sientan peor de lo que están; sí les voy a pedir que me den una foto de su hija, la más reciente, para publicarla; y si en esta semana no se sabe nada, trate de distribuir por todo el pueblo de Loma Verde un volante con la foto de su hija, pidiendo que cualquier información que tengan se comuniquen a la estación de policía. No le recomiendo que ponga su teléfono privado. Si esta situación se prolonga, los medios de comunicación comenzarán a hacerle preguntas, a averiguar sobre su hija. Cuánto más gente colabore en esta búsqueda, contribuirá a encontrar a Verónica. Ahora vayan a su casa, deben conservar la serenidad, y rezar mucho para que todo esta investigación culmine positivamente. Que tengan buenos días.- Les dio la mano al matrimonio, pero en cuanto salieron, una sombra cruzó por sus ojos…

La vida de Patricia y Adriana no volvió a hacer la misma, era como si a cada una les faltara un brazo, o una pierna, o un miembro indispensable de su cuerpo; cuando pasaban por la calle de su apartamento, se quedaban mirando, como esperando que su amiga saliese por la puerta a abrazarlas. Habían pasado dos meses, nada volvió a saberse de Verónica, como si se la hubiera tragado la tierra. Ahora sí tenían la certeza de que algo horrible debió ocurrirle. Al menos no tenían la esperanza de volver a verla con vida. Ir a ver a sus padres era ahondar en ellos el dolor, porque eran como dos hermanas de la muchacha desaparecida. Las dos estaban seguras de que alguien se la llevó. Sabían de alguien que podría saber algo. Lo único que Patricia pudo decirle a la policía es que esa mañana habló con su amiga, quien tenía algo importante que decirle. No tenía idea de que podía ser. ¿Si tenía novio? Novio no, aunque le gustaba un chico de la universidad, un tal Tony, un chico bastante apuesto, simpático, alto, de pelo negro rizado, con un físico muy atlético, estudiaba Educación Física. Entrenaba en los colegios, y en algún gimnasio. Pero cuando la policía lo localizó, Tony declaró que no la veía hacía una semana, hablaban por teléfono, pero no se vieron esos días. Tenía una coartada bastante confiable. Esa mañana estaba entrenando en el Colegio San Ignacio.

-¿A Tony no lo has vuelto a ver?
-No, recuerda que casi no lo conocíamos. Vero me le presentó –dijo Patricia- pero después casi no lo veía.
-No me resigno a no verla más, al menos si ya no vive, saber dónde está su cuerpo. Ayyyyy!!!! Me duele tanto amiga. ¡Qué injusta es esta vida!
-Tengamos fe, algún día la encontraremos. Algún día volverá con nosotros.

En la mañana de ese mismo día, una llamada entró en la central de Policía. El oficial de guardia Marcus Estrada, atendió, habló unos minutos, y luego se abalanzó en la oficina del Inspector Kossi

-Inspector, llamó una persona para denunciar que encontraron unas prendas y un celular en el parque.

Kossi se levantó inmediatamente. –Que esa persona nos espere en el lugar, que no se vaya, y que nadie toque nada de lo que halle a su alrededor. Seguramente es de la chica Marall. Aunque habiéndose cumplido ya tres meses y medio, no creo que pueda recogerse mucha evidencia, con la lluvia, y la gente que pasa por allí, habrá contaminado muchas pruebas. Que nadie de aquí divulgue nada, no quiero que la familia se entere hasta estar seguro. ¡¡¡Dios mío!!!! Con esta noticia, ya no me cabe duda de que la chica está muerta-.

Llegaron con dos patrullas al parque O’Higgins, un lugar muy extenso, boscoso, hermoso sitio, pero también un blanco fácil para depredadores humanos, que van en busca de mujeres. Ya habían acordonado el lugar con cinta amarilla, y marcando en la grama y en la tierra todas evidencias halladas. Había una chaqueta azul y blanca, muy sucia; más allá, un celular Blackberry; y un poco más lejos, un aparato de Cd. con los audífonos conectados. No había nada más. Colocaron todo en diferentes bolsas plásticas. Kossi revisó un poco más el sitio para buscar huellas de pisadas, de sangre, nada…. O la lluvia había borrado huellas, o alguien había limpiado el lugar... Pero dejaron esas pruebas. Quien fuera o quienes fueran no eran muy inteligentes.
Las pertenencias resultaron ser de Verónica. Se recogieron todas las huellas que pudieran haber de ADN, o digitales, pero fue inútil. Se las entregaron a sus dolidos padres que no encontraron conformidad. No había nada que hacer. Su hija debía estar seguramente por allí, enterrada o…. En la mente de Beba se dibujaban imágenes tortuosas, terroríficas. Nunca más podría volver a dormir con normalidad. Nunca más podría continuar su vida, no hasta que le entregaran el cuerpo de su Nanny, como fuera, como estuviera. Lloró amargamente. Su marido no lograba cómo consolarla, su vida se había hecho añicos; pero no quebrantarían su fuerza, ni su voluntad, no descansarían hasta encerrar a la bestia que les había arrebatado a su niña.

Adriana y Patricia fueron a almorzar, era el 24 de septiembre de 2002, dentro de poco se cumplirían cuatro meses de su tragedia. ¡¡Cuatro meses!! Cuatro años, cuatro siglos, no había sitio en Loma Verde donde no estuviera pegada la foto de Verónica con el mensaje: "Verónica Marall, desaparecida el 1 de mayo de 2002. Fue vista por última vez en el parque O’Higgins. Quien tenga alguna información les agradecemos notificar a los siguientes teléfonos: 00 800 51666778."

Central de Policía de Loma Verde. Mucho se había hecho para extender su búsqueda, los vecinos del lugar también contribuyeron inspeccionando en todo el parque, en las partes más boscosas, en los pantanos. Las unidades caninas contribuyeron rastreando con el olor de sus ropas; habían agotado todos los recursos, la policía trabajaba con mucha presión y contra reloj. Cuanto más tiempo pasara, más tiempo costaría encontrarla, y averiguar quien la había secuestrado o asesinado.

Se sentaron a almorzar todos, y Adriana habló con cierta inseguridad, pues le incomodaba hablar sobre el tema. 
–Sabe Beba, mi madre conoce a una señora que es clarividente. No sé si alguna vez ha conocido a una clarividente. Ella podría ayudar a encontrar a Verónica.
-Hija, ¿me quieres decir que es una de esas mujeres que usan tabaco, té o café; no querida, te agradezco, pero no creo en esas cosas, esa gente solo le gusta sacarle dinero a la gente…
-No Beba, la interrumpió la joven de 20 años, una clarividente no es una adivina, o una bruja, ni espiritista; son personas especiales con un don muy especial; ellos tocando sus ropas, o su foto, sienten la energía de la persona desaparecida. Con probar no se pierde nada, ni estaría cometiendo ningún delito. Esas personas no actúan fuera de la ley, ni a escondidas. Si ustedes quieren puedo programarles una cita-.

Beba dudó. Era creyente, asistía a su iglesia casi todos los domingos. Le parecía una insensatez y un irrespeto a Dios, involucrarse en ese tipo cultura; en el fondo le inspiraban miedo esas personas. Mas… por su hija haría cualquier cosa. Ya habían recurrido a tantas formas de encontrarla, que una más…. No tenía nada que perder… Verónica se había llevado toda su ilusión de vivir. –Bueno querida, lo dejo en tus manos.
-Si Beba, en cuanto tenga la respuesta le aviso. Verá que no perderá el tiempo. Mi mamá y mi tía utilizaron sus servicios una vez para encontrar a un familiar. (Adriana no quiso agregar que por lo general estas personas casi siempre obtienen respuestas negativas del hallazgo, por lo general los buscados aparecen muertos)

El jueves siguiente Adriana acompañó a los padres de Verónica a la casa de la clarividente, quien se llamaba Lisette Nelson. Sí, efectivamente, era esa niña, la hija de Don Boris Sogonoff y su mujer Clara, la niña que tenía poderes especiales, que predijo la muerte a su amiguito Esteban en el río. Hoy Lisette era una mujer, de cuarenta y cinco años; muchos años habían transcurrido, y su don de conectarse con las personas desaparecidas se había profundizado mucho más. Cantidad de gente acudía a pedir su ayuda. Los resultados eran siempre positivos, es decir que pocas veces fallaba en sus visiones. Hoy llegaba a su puerta el matrimonio Marall. Lisette los recibió con mucho cariño, manifestándoles con palabras de consuelo por la desaparición de su bella hija.
Pasaron al comedor, Beba todavía se sentía algo cohibida, le costaba creer en esas cosas. No estaba segura si iba contra su fe, contra Dios. No estaba segura si esa mujer era un estafadora, como tantas otras.

-No tema señora Marall. No tenga miedo de contarme lo que piense. Sé que para usted debe ser difícil recurrir a este tipo de ayuda. Para todos es difícil la primera vez. Le aseguro que haré todo lo que pueda. Como ve no soy una bruja gitana, ni uso cartas de tarot, ni bola de cristal, mi trabajo no consiste en eso. Solo necesito que me dé una foto de su hija, un mapa, o alguna prenda que haya usado. ¿Cómo era el nombre completo de la niña?
-Verónica Estela Marall -. Le entregó al momento una foto muy linda de la chica. Cada vez que la miraba, sentía que le clavaban mil cuchillos, que se desangraba por dentro. Se la dio sin volver a mirarla.
-Les pido silencio por favor. Y otra cosa, no quiero que me comenten nada sobre su desaparición. Ni lugares, ni nombres, nada. Absolutamente nada sobre su vida. Sólo su nombre. Así, de esa forma, podré visualizar mejor que le pasó. Todos debemos tener fe y confianza en el Ser Superior.

Al instante tomó la foto de la jovencita desaparecida entre sus manos. Cerró los ojos. Miles de imágenes fueron a su encuentro. Su cuerpo se estremeció. Veía árboles, muchos árboles, en uno de los árboles estaban marcadas las letras F.N.A love A.M.L Se veía acostada en la tierra, el miedo y la angustia hicieron convulsión en ella. Ella era Verónica. De repente otras imágenes golpearon sus pupilas; un hombre la desnudaba; la manoseaba, estaba siendo violada, el violador le arrancaba sus bragas, eran sus últimos minutos de vida, lo sabía; ella luchaba, pateaba, intentaba arañar a su atacante, que luego golpeaba su cabeza con algo muy duro; el sujeto a continuación le puso una cuerda alrededor de su cuello; no pudo distinguirlo bien, su rostro estaba oscuro; no lo veía con claridad, los ojos de Verónica no se lo mostraban pero había algo en él... algo que no era totalmente desconocido; la respiración de la chica se agotaba; sólo podía ver los ojos de su asesino mientras la estrangulaba; el alma de Verónica Marall dejaba este mundo. Se había ido…
Lisette salió de su trance. Como en otras oportunidades sabía la respuesta. Y esta era la parte más dolorosa: comunicárselo a sus pobres padres.

-Lo siento, pero Verónica se fue. Alguien la mató. La estranguló y le golpeó la cabeza con una piedra grande. Es todo lo que pude ver por ahora.
-¡¡¡Diooos!!!! Pero ¿cómo lo sabe? ¿Cómo puede estar segura? Ahhhhh!!!! Beba y Jean-Claude lloraron desconsolados.
-Hace treinta y siete años que tengo esa seguridad. Desde niña comencé a desarrollar el don de la clarividencia. Verónica fue asesinada en un parque, hay muchos árboles. En uno de los árboles están grabadas las letras F.N.A love A.M.L Continuaré trabajando en su búsqueda; de eso pueden estar seguros.
-Gracias Lissette, de alguna forma nos sentimos más tranquilos, al menos ahora sabemos que la policía tendrá otras herramientas para trabajar. Verónica fue vista por última vez en el parque O’Higgins. Usted nos dirá cuánto dinero debemos pagarle…
-No, mi trabajo no es lucrativo. Solo tiene sentido humanitario. Sólo me gusta ayudar a las personas. Mi ganancia es saber que esas personas pueden aparecer, ser devueltas a sus familias y enterradas en cristiana sepultura. Sigo estando a la orden, de ustedes y de la policía. Pueden llamarme o venir cuando lo deseen-. Se despidieron con un hasta pronto. Lisette sabía que volverían; el contacto con Verónica Marall la dejó temblando. No pudo ver al asesino, pero su don le dijo que estaba cerca, que Verónica lo conocía….

De ahí salieron inmediatamente a ver al inspector Kossi, quien no se esperaba lo que sabría después.
-¡¡¡¿¿¿Quéeeee?!!!! ¿Una clarividente? ¿Pero ustedes creen en eso? ¡¡¡Ay Dios!!! No lo puedo creer. Señora Beba, señor Jean-Claude… esto es algo muy serio, algo muy grave. ¿Cómo pueden tomar las palabras de esta mujer como algo seguro, confiable? Brujos, magos, espiritistas, clarividentes, para mí todo es lo mismo. Vamos, ya estoy viejo para estas cosas-.
-Inspector, nos importa un rábano lo que usted crea. Por favor vayan a ese parque y encuentren un árbol con las letras F.N.A love A.M.L
-Señora, ¿usted contó los árboles que hay en ese parque? No puedo poner a mi gente a revisar árbol por árbol. Sería como buscar una aguja en un pajar.
-Entonces por favor, ¡¡¡por favor!!! Hable con Lisette Sogonoff, se lo ruego, hable con ella, estoy segura que cuando la vea cambiará de opinión.

El 25 de septiembre, a primera hora de la mañana el inspector citó a la clarividente en la entrada del parque. Se la imaginaba con un pañuelo, con faldas largas hindúes, con blusas floreadas, con un puro en la boca. Nada de eso, era una mujer relativamente joven, muy elegante. Pelo corto, castaño claro, buena figura, lindas piernas. Era la “bruja” más atractiva que había visto en su vida. La esperaban con un pastor alemán por si necesitaba su colaboración canina.

-Buenos días, señora Lisette, aquí estamos para ayudar en lo que usted diga. ¿Cómo podrá encontrar ese árbol? ¿Cómo pudo adivinar todo lo que ha sucedido?
-Inspector Kossi, no soy adivina, solo una mujer con dones clarividentes. Veo a través de imágenes, de energías que emanan a través de las fotos o ropas de las personas desaparecidas; no me pregunte por qué, ni dónde, ni cómo, no tengo respuesta para eso; solo me dejo llevar por ese sexto sentido o don o como quiera llamarle. Ahora le agradezco, si me dejan caminar adelante yo sola, ni quiero cerca ningún fotógrafo, ni periodista, ni policía, todo eso puede causar interferencia; por favor déjeme tocar las ropas halladas de Verónica-. Le alcanzaron la chaqueta. Lisette rozó con sus dedos suavemente la chaqueta azul y blanca. Cerró los ojos. Empezó a caminar… Siguió derecho, luego dobló a la derecha, había un caminito angosto, sabía que la mano de Verónica la estaba guiando. Quería que la encontraran. Habrían avanzado como treinta metros. Al final del caminito había un grupo de árboles. Lisette se internó aun más. Se paró en un roble grande, inmenso. Tocó con sus manos: F.N.A love A.M.L . Ahí era. Ese era el sitio. Aquí la habían asesinado. Volvió a sentir las manos en su cuello. Vio la cicatriz en el rostro de su depredador y sus ojos nuevamente, sus ojos de asesino, de ira, de odio. Le atravesaba una ceja. Abrió los ojos. Aquí tiene Inspector, aquí está el árbol. Este es el sitio donde mataron a Verónica. Kossi abrió sus ojos como platos. Después de esto no podía seguir diciendo que no creía.

-Increíble. ¡¡¡Increíble!!!
-Y otra cosa más. El asesino tiene una cicatriz en la ceja izquierda. . No muy grande pero bastante visible. Tiene ojos claros. Verónica conocía a su asesino.
-Pero ¿cómo puede saberlo? ¿Ella se lo dijo?
-En cierto modo. Cuando entro en trance, la energía de esa persona se mezcla en mi cuerpo y me “habla”, me conduce, me dirige, me hace saber que quiere ser encontrada y devuelta a sus seres queridos.
-Sabe qué Lisette, nos gustaría contar con su ayuda en la Central; en casos como éste que no hay resultados. Cuando ya agotamos todos los esfuerzos.
-Cuando Ud quiera Inspector Kossi, siempre estaré a su orden. Cuando quieran llamarme.
-Cuente con eso.

Continuará...

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