ENGENDRO
Un relato de ciencia ficción
Lo vio cuando estaba tomándose un café; era uno de esos días
insoportables, de un calor agobiante, un sábado aburrido como ningún otro, sin
tener con quien hablar, con quien salir; lo miró disimuladamente sin que él lo
advirtiera; era un tipo fascinante, de una belleza masculina que solo se pueden
encontrar en las revistas, en el cine, en las fantasías de una mujer menos en
la vida real; unos ojos tan grandes y oscuros que provocaba ahogarse en ellos;
su barbilla cuadrada, su perfil griego, sus brazos musculosos.
Era Apolo en persona. No podía dejar de mirarlo,
hipnotizada, hechizada, hasta que sorpresivamente el encontró su mirada.
Seguidamente volteó el rostro tratando de esquivarlo, pero era tarde, él lo
había advertido y sonrió divertidamente. Marian continuó bebiendo de a pequeños
sorbos su café, nerviosa, deseando correr hacia la puerta; al levantar la
vista, observó que él venía directo hacia su mesa. Demasiado tarde. Ya estaba
allí presentándose, tendiéndole su mano, se sentó a su lado, de repente
entendieron que no había mucho de qué hablar, ambos mirándose desearon lo
mismo, se dijeron con los ojos lo mucho que se deseaban, sus miradas se
desnudaban, se absorbían, se comían, ambos sabían que necesitaban estar en un
solo lugar para decirse sin palabras lo que sentían; de allí salieron juntos,
apurados, a cualquier motel que los cobijara; era loco el asunto pensaba
Marian, quería sentirlo, entregarse a él, acariciarse, devorarse...
Era lo único que tejía en su mente, un deseo incontrolable,
voraz, y de él respiraba el mismo deseo, sus manos lo confirmaban, la
apretaban, querían meterse debajo de su ropa, la misma lujuria los estaba dominando.
El tiempo se hacía interminable para caer en esa cama. Después de todo no era
tan anormal esa situación, antes había hecho el amor con algunos de sus amigos,
solo que este hombre “salido de la nada” despertaba en ella algo insaciable, lo
que ningún otro había logrado. Tenía unas ganas locas de follar. Del futuro no
tenía idea, ¿a quién le importaba eso ahora? Quería llegar a esa habitación y
poder apagar esa sed que secaba su cuerpo...
Cerraron la puerta para quedarse aislados del mundo, de la
gente, del ruido, de la realidad... él comenzó a desnudarla, a meter sus manos
dentro de sus pantys, ella desprendía su bragueta; en milésimas de segundo
estaban en la cama sin deshacer, haciéndose el amor, gozando de su piel, de sus
sentidos, besándose, lamiéndose, mordiéndose... la excitación crecía, su lengua
acariciaba sus labios vaginales, arrancándole orgasmos pequeños después
intensos; con el sudor de sus cuerpos se unían aún más; el éxtasis total, el
placer indefinible, su ardiente apolo lamía sus pezones con suavidad, con
ardor, los mordía hasta hacerla gritar; lamía su vientre, volvía a pasar su
lengua por su vagina voluptuosamente, la llevaba al límite del placer y todavía
más, no podía dominar su mente, ni sus sentidos, cuando la penetró el techo
daba vueltas, era un orgasmo exquisito, doloroso, que atravesaba su ser, sus
entrañas, le pedía que no terminara, que continuara, que siguieran así como
estaban contoneándose lascivamente, era una lucha por darse placer; no era amor
aquello, era una lujuria total, incontrolable y extraña a la vez... era el
cielo y el infierno...
Cuando abrió los ojos no se acordaba de nada, se vio
desnuda, perdida entre las sábanas húmedas, que tenían olor a sudor, a sexo
¿estaba viviendo un sueño o una realidad? Un vago recuerdo llegó a su memoria,
sí, ahora lo recordaba, había estado allí con ese hombre, tan apuesto, ¿qué
locura la llevó a terminar con ese desconocido en ese motel? ¿tan loca estaba?
Y del fulano no había ni rastros, desapareció en la nada de donde vino... ¿Cómo
se llamaba? Sergio, Pablo, Pedro .... qué importancia tenía, no recordaba ni
cuando se había quedado dormida, ni lo que habían hablado; -sí, seguro que fue
un sueño- intentó convencerse a sí misma. – Un sueño loco, lascivo, peligroso-
Quiso correr de allí súbitamente, volver a su apartamento, ducharse, arrancar
de su piel ese “sueño” que todavía la acariciaba... que todavía le arrancaba
deseos de más... Quizá no volvería a verlo, no supo si lamentarlo o darle
gracias al Cielo.
Hacía un mes y medio que no le llegaba la regla, Marian no
quería pensar en eso, seguramente sería un retraso, un simple retraso, algunas
veces le había pasado. Pero algo la inquietaba, ¿y si lo fuera? ¿qué haría?
¿cómo lo afrontaría?; es verdad que no tenía padres, pero tenía amigas,
conocidos, su trabajo; el aborto era una opción... Primero debería estar
seguro, cruzó a la farmacia que estaba a dos cuadras y pidió la prueba de
embarazo.
Le temblaban las manos, rezaba porque fuera negativo, porque
todo volviera a su normalidad, se encerró en el baño como si alguien la
persiguiera y procedió a hacerse la prueba. Regresó a la cocina inmediatamente
para esperar a que saliera el resultado, se preparó un café, se refregaba las
manos, apretaba su vientre, se mordía los labios, que saliera negativo, y sino ¿qué? Al rato entró a ver que color marcaba el aparatito, si rojo o azul...
tragó su saliva como si hubiera tragado veneno, era positivo... maldición...
maldición... esto no podía estar pasando, un ser en su vientre, un ser
concebido en una noche de locura, de éxtasis, con un perfecto desconocido,
impresionantemente bello, pero un perfecto desconocido... No tenía otra opción,
pediría cita con el doctor al día siguiente, y que fuera lo que Dios quisiera.
Desechó el aborto, en el fondo de su alma sentía una ilusión, una nueva vida
empezaría a crecer dentro de ella, un hermoso bebé, quizá sería parecido a ese
extraño que la penetró, que la poseyó, porque más que hacerle el amor, la
poseyó como un animal sediento de su cuerpo, de su piel, de su sangre... ese
bebé sería el recuerdo de esa locura de una noche extraña.
-Sí Marian, efectivamente, estás esperando un bebé. Te
felicito. A partir de ahora tu vida cambiará, deberás alimentarte bien y
cuidarte para que tu niño crezca fuerte y sano. Ya puedes darle la noticia a tu
esposo y a tu familia.
La nueva madre, le explicó que sería madre soltera; salió del
consultorio, entre alegre e inquieta; a partir de ahora no sería la misma,
tenía un motivo para salir adelante, muchos sueños comenzaron a anidarse en su
loca cabeza. Su primer impulso fue pasar por una tienda de bebés para comprar
una ropita y algún juguetito.
Y pasaron un poco más de cuatro meses, su barriga no había
crecido demasiado; su embarazo no lo estaba llevando bien, según las
experiencias que le contaban sus amigas madres, con el de ella no tenía mucho
en común. No tenía náuseas, ni calambres, ni antojos; una noche sintió como si
le clavaran dentro mil cuchillos, era un dolor inexplicable, que la hizo
retorcerse de dolor, se paró como pudo y llamó al médico pero no estaba en ese
momento. Después no lo volvió a sentir, no se lo contó a nadie, quizá no todos
los embarazos eran iguales. Quería ver ya a su bebé, quería que terminara el
tiempo del embarazo, tenerlo con ella y amamantarlo. En todas las consultas que
había ido a su médico, el ginecólogo le preguntaba si se alimentaba bien, si no
tomaba alcohol o drogas, si seguía los cuidados que él le había ordenado.
-Vamos a hacerte una ecografía para ver cómo está tu bebé.
Porque ya deberías haber aumentado de peso, más bien te veo más delgada, tu
vientre debería estar un poquito más abultado .
Marian se acostó en la camilla mientras el médico la preparó
para auscultar su vientre. En la pantalla se observaba movimiento, se sentían
los latidos. -Allí está tu primogénito. Parece muy intranquilo. Se mueve mucho,
es raro. Su corazón late muy aprisa. Extraño...
-¿Está todo bien doctor? – quiso saber Marian
-Sí, está bien creo, solo que quisiera hacer más pruebas,
para estar seguro. El doctor no quiso preocuparla más; algo no marchaba bien en
esa pantalla, el feto se movía como si quisiera salir de allí.... – Vuelve en
dos semanas para hacerte otros exámenes
Había pasado una semana desde que fue al consultorio; una
noche mientras se preparaba una ensalada, sintió repentinamente ese “dolor”
horrible, ése dolor que quería “comerla” por dentro, que la partía en dos, vio
que salía un líquido acuoso corría por sus piernas, un líquido
verduzco...maloliente; no puede ser... ¿será que lo perderé? Pero su vientre
también se movía, el bebé pateaba, sentía que quería atravesarla, salir de
adentro como fuera e incluso le pareció ver uno de sus piecitos dibujarse en su
piel... Llamó al doctor Montt gritando, llorando, sin poder controlar esa
tortura que mordía sus entrañas.
-Trata de llegar como puedas a la clínica, estaré allá en
unos segundos para revisarte-
–Doctor creo que el niño quiere nacer-
-¡Marian por Dios, nada de eso, posiblemente sea una amenaza
de aborto, ven enseguida!-
El taxi la dejó a la entrada de la clínica; la estaban
esperando unas enfermeras con la camilla, la acostaron, mientras que el doctor
Montt estaba preparando en el quirófano por si todo terminara en el aborto. Ya
sabía él que había algo anormal allí, no era un embarazo común. Pobre chica,
tantas ilusiones que se había hecho, pero más adelante tendría oportunidad de
concebir, cuando superara su depresión. Nunca pudo arrancarle el nombre del
padre de su criatura. Lo hubiera necesitado ahora, y él hubiera querido también
hablar con él, para poder tener indicios de los genes de ese ser que iba a
vivir o a morir.
La trajeron mientras la chica se retorcía como una fiera,
sus movimientos eran serpenteantes; gritaba desesperadamente pidiendo auxilio;
examinó su vientre, ¿le pareció estar loco o la piel se movía? Como si quisiera
salir hacia afuera el abdomen aumentaba de tamaño, arrancando a Marian gritos
espeluznantes .
-¡¡¡Doctor ayúdeme por favooor!!! No lo soporto, ¡¡¡me está
matando!!! ¡¡¡sáquemelooo!!! ¡¡¡por favooor ayúdemeeee!!! –
-¡Preparen todo, vamos a practicar el aborto! - - Lo siento
Marian, pero eres tú o ese bebé, lo siento, tengo que sacártelo-
Abrió las piernas de su paciente, para iniciar lo
inevitable, pero repentinamente al mismo tiempo Marian comenzó a pujar de una
forma incontrolable, inconsciente.
-¡¡¡Que estás haciendo, quédate quieta!!!! , ¡¡¡no te
muevas, no pujes!!!
-¡¡Doctor no soy yo, el bebé quiere salir de mí!!!!
¡¡¡Aaaayyyyy!!! ¡¡¡Ayúdenmeee!!!!
-¡¡¡Es imposible, ¿que dices? ¡¡¡no hay ningún bebé que
nazca a los cuatro meses!!!
Pero Marian continuaba pujando, esa criatura o lo que
tuviera allí dentro, quería salir a la luz sin ayuda de nadie. La madre
continuaba gritando como si la estuvieran apuñalando, tuvieron que amarrarla
con unas correas para que no se arañara, ni se arrancara el pelo, su cuerpo se
movía como una serpiente. De repente de su vagina abierta algo comenzó a
asomarse...
Despertó después de muchas horas en su habitación, con la
misma sensación que tuvo cuando se despertó aquella vez en el motel, aquella
noche cuando su extraño le hizo el amor, sintió que un placer infinito y
delicioso penetraba su cuerpo; ahora al despertar, recordó como si todo el
suplicio de este mundo hubiera despedazado sus entrañas, sus órganos; se sentía
débil, sin fuerzas, agotada, se preguntaba que habría pasado, ¿lo habría
perdido? Palpó su abdomen, ya no sentía nada, pero un tormento más fuerte que
el de su embarazo creció en su alma, ¿habría sobrevivido? no quería perderlo,
era lo único que le importaba en esta vida.
A las pocas horas entró el Dr. Montt.
-¿Cómo te encuentras Marian? ¿No sientes dolores?,
esperaremos un poco para que puedas tomar algo. Tienes que descansar ahora,
necesitas mucho descanso. Le diré a la enfermera para que te aplique otro
sedante.
-Doctor, ¿qué pasó? ¿Perdí al bebé? Por favor dígame, no
recuerdo nada.
Por los ojos del galeno se cruzó una sombra que Marian
advirtió. Algo no estaba bien.
-Hija mía es mejor que olvides todo esto... Piensa en tu
recuperación para que puedas volver a casa.
-Doctor, ¿qué sucede? No me oculte nada. Creo que no está
siendo sincero.
-Ya hablaremos Marian, cuando estés mejor, te lo
prometo.
- No, nada de eso; quiero hablar ahora, ¿que pasó con mi
niño?
- Es muy difícil explicarte, el niño nació pero..
-¡Quiero verlo! Por favor doc, quiero verlo!!! Lléveme donde
está. ¡Mi niño, mi niño!
- Creo que no deberías hacerlo, créeme mujer, no lo
entenderías.
- Se lo estoy pidiendo, se lo ruego, se lo ordeno. –Marian
sintió que se descontrolaba- ¡Quiero ver a mi hijo!
- Como tú quieras, pero quiero advertirte que correrán de tu
responsabilidad las consecuencias de lo que veas.
Marian sin hacerle caso, se levantó lentamente, agarrándose
aún el dolorido vientre, apoyándose del médico, que la llevó a un cuarto que no
era la sala de recién nacidos; seguidamente escuchó un fuerte sonido, que no
era llanto, pero si solo tiene cuatro meses, ¿ qué sonido puede producir?; ¿qué
tamaño tendría?, de repente el miedo la paralizó. ¿Qué había parido? En el
cuarto, dentro de una cuna envuelto en una cobija de algodón algo se movía
inquietamente; la joven no se atrevió a avanzar, miró al médico y volvió a
mirar la cuna. Al acercarse, fue destapando cuidadosamente la manta y al mirar
lo que había dentro lanzó un grito, un aullido inhumano que llenó todo la
habitación, todo el edificio.
-¡¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!
¡¡¡¡Noooooooooooooooooooooooooo!!!!
Dentro de la manta se movía el ser más horroroso, inhumano,
inmundo, que nadie pueda haber visto jamás. De un tamaño ni muy pequeño ni muy
grande, con unos ojos que no eran de este mundo, sin párpados, sin pupilas, de
un color profundamente negro, eran impenetrables... unos ojos vidriosos,
malignos, aterradores; su piel verduzca, gelatinosa, pegajosa, movía eso que
parecía ser una boca, que abría para asomar unos como diminutos dientecitos,
como queriendo morder lo que fuera; la chica retrocedió aterrorizada, no quiso
mirar más, no podía creer lo que había visto. No quiso saber como era el resto
de su cuerpo. Esa cosa no era de ella, no era cierto, le habían mentido. Se
abrazaba así misma. Lloraba desconsolada.
- Marian, lo lamento querida, por eso no quería que lo
vieras. Esto no tiene explicación alguna. No se qué es lo que concebiste; no es
tu culpa; no te preocupes, no está sola. Lo único que puedo asegurarte es que
jamás había visto algo así en toda mi carrera de profesional; me gustaría que
habláramos más sobre esto, sobre el “padre” de ese “niño”, o sobre tus
anteriores relaciones; por ahora solo en ti está la decisión, si deseas que lo
sacrifiquemos. Lamentablemente en esas condiciones nadie aceptaría adoptarlo,
ni siquiera una institución pública. Esto tampoco puedo callarlo por mucho
tiempo. Cuando este caso salga a la luz, vendrán los medios de comunicación. Y
tampoco sé como será su desarrollo, seguramente llegará a ser objeto de
investigaciones, un animalito de laboratorio. Unicamente tú puedes darnos la
autorización para que siga viviendo o no. Si decides eliminarlo, nadie te
culpará, no puedo asegurarte cómo será el futuro de tu “niño”...
Salió al pasillo sin querer oír más, queriendo olvidar lo
que había visto, lo que ella había “parido”, recordó cómo lo había engendrado,
con quién lo había concebido. ¿Quién había sido realmente ese extraño? ¿De
dónde había salido? Un escalofrío hizo la hizo temblar. ¿Era del infierno? ¿Era
de otro planeta? Nunca pudo notar en él en esa noche algo raro, era o parecía
totalmente un ser humano. Tal vez nunca lo sabría. Solo sabía que allí en
envuelto en esa manta, pateaba la criatura más espantosa, producto de una noche
de sexo y lujuria, un engendro que aullaba para ser alimentado, amamantado,
amado... un pequeño ser abominable, como salido del averno, que creció y salió
de sus entrañas de una forma científicamente inexplicable.
Lo cierto es que esa criatura era su hijo. Le pedían que
diera autorización para eliminarlo, para matarlo. Volvió a entrar al cuarto,
mientras nadie la veía, quería verlo nuevamente, aún se movía tapado en su
sabanita; allí gemía ruidosamente, como llamándola, abría su pequeña garganta
donde parecía albergar una cueva oscura, sus ojos al verla, creyó observar que
en su boca se dibujaba una sonrisita cruel, perversa, ¿lasciva? estiró sus
manitos, de dedos extraños, como diminutas garras, ella se sentía reconocida,
el engendro sabía que era su madre, quería prenderse de ella y alimentarse de
su leche, estiraba sus manitos buscando sus pechos, reclamándolos
furioso.
Marian, cerró los ojos, era su decisión, esa cosita era
monstruosa, era demoníaca, era asquerosa, pero era su hijito; no podía matarlo;
era de ella, de su sangre, de sus entrañas; lo tomó entre sus brazos y la
criatura abominable calló, dejó de gemir. Se arrimaba a ella, buscaba
inquietamente sobre su blusa abriendo su boquita insaciable de hambre. Lo
envolvió dentro de la cobija y comenzó a caminar despacio, avanzando por el
pasillo hasta la salida. Tomó un taxi que la llevaría a un destino lejos de
allí, muy lejos, donde nadie la reconociera, sólo ella y su pequeño
engendro....
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